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jueves, 29 de noviembre de 2012

Palabras rotas.

Hoy, cuando salía de clase, bajando hacia mi casa, he visto a un niño con mochila. Andaba muy despacio, como si no fuera a ninguna parte. Me pareció extraño, porque no debía de tener más de diez años, y ya estaba anocheciendo. Pero se lo tomaba con calma. A lo mejor es que no quería ir a ningún lugar. Caminando, hacía eses por la acera, con las manos en los bolsillos, aunque a veces sacaba una de ellas para rozar con los dedos los arbustos que sobresalen de las vallas de mi jardín.

Me llamó mucho la atención, quizás hacía demasiado tiempo que no veía yo un ánima tan tranquila, quizás quería robar con mi mirada los minutos que ese niño degustaba de su libertad. Aminoré el ritmo de mis pasos, porque temía que me oyera, y era consciente de que él no sabía que estaba siendo observado.
Hoy he disfrutado de uno de esos escasísimos momentos en esta vida en que puedes mirar a alguien que cree que está solo, sin estar espiando, sin tener malas intenciones, simplemente, porque ha sucedido.

Cuando ya me encontraba en el dintel de mi puerta, me he girado. El niño estaba metido entre las espigas del campo, en frente de los chopos, mirando el anochecer. Una manta de cielo negro extendía sus brazos hacia nosotros desde las montañas. 
Ha sacado un folio, un folio escrito con tinta azul, y lo ha rasgado. Lo ha ido rasgando en pedacitos y los ha lanzado entre las espigas. Hubiera dado toda esta semana de inútil estudio por ver lo que había escrito. Porque no hace falta irse al campo para romper un papel.



¿Qué sería? ¿Sería una carta de amor, un amor del que ahora se había desengañado? ¿Sería el juramento de un amigo fiel, del que recientemente se había enterado de que no lo era tanto? ¿Sería una página de su propio diario que se arrepentía de haber escrito, siquiera pensado?

¿Sabéis qué? Nacemos con una cara y muchas veces nos hacemos otra. Pero sólo necesitamos un rostro. No hace falta fingir, no hace falta aparentar lo que no somos. Nos creamos una coraza que oculta nuestra verdadera piel y nos protege de puñaladas. Pero el metal es frío, como la soledad que encarna. No nos damos cuenta de que somos más bellos cuando estamos solos, cuando nos quitamos esa armadura, que cuando la llevamos puesta.

JC

domingo, 25 de noviembre de 2012

Letargo

Despierta pueblo dormido.
Desata tu enorme furia
contra el poder establecido.
Demuestra que no es suya
la victoria ni el poderío.
Rompe con este sistema
de libertad en un espejismo.

Jack