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jueves, 14 de diciembre de 2017

El pestillo

Desde la otra habitación, escucho
el eco del agua de la ducha,
el estallido de las gotas contra el mármol
y tu respiración,
que empaña la mampara.

Los sonidos me dibujan un mapa
de la pose de tu cuerpo, a cada instante,
del movimiento camuflado por el agua
y de tu exhalación,
que libre, roza las cuerdas vocales.

En la otra habitación, el mundo
ha disecado las pieles de los cuerpos;
solo yo sé que en el tuyo
corre un río por dentro.

Con la paciencia fingida por un loco
espero el fin del cuadro:
Tu silencio.
Emerges. De tu secreto, me entregas solo
un beso seco con la boca cerrada.

                                                                       JC

viernes, 10 de noviembre de 2017

Quisiera tener las palabras exactas para escucharte bien.
Dibujarte con mis manos y borrarte y cambiarte de sitio las muñecas
como si durmieras.
Quisiera quererte como solo se quieren en los libros
y caer sobre ti cuando ya no aguantes más las páginas.
Y llenarte el pecho con mis besos de papel.

Y saber, que en tu pensamiento último,
discurren mis silencios entre líneas.

Quisiera tenerte como solo puedes tenerte tú a ti misma,
y escribir por ti todo lo que te callas
y escribirme a mí aunque tú ya nada escribas.
Quisiera que la literatura se te apareciera
entre los edificios,
y que ella te encontrase, cuando tú la perdieras.

Ojalá te enamoraras de ti misma,

y fueras la destinataria de nuestras poesías.

JC


domingo, 20 de agosto de 2017

La mujer muerta

Hoy he llegado a ti.

Te he encontrado despierta, fingiendo que dormías, apurando la luz blanca en tu cama, escondida. He aprendido de memoria tus posturas, el dibujo de tus brazos doblados contra la almohada; la curva redonda de tu codo, y las caídas afiladas de tus manos. Qué larga, qué extensa eres; cómo arropas mi rostro entre la superficie suave de tu vientre. Cómo me hiela los dedos el agua rociada de tus curvas, qué frío es el beso contra la roca dura. Tus sábanas pinchan, crujen, y soplan; por ellas asoman las ramas espinosas. Quiero abrazarte tanto que trepo por tu cuello, y no te alcanzo, y tiro de tu pelo, y me enredo, y al asirme noto la tierra debajo de las uñas.

Déjame aquí, derrotada sobre ti, minúscula, en tu cama infinita. El Universo, redondo, se cifra en una línea; la tierra está encima y el cielo, debajo de mí. Renuncio a las coordenadas a cambio del enigma. Presiento el viento que viene a descubrirme desnuda, el viento que vibra por dentro de tu caja torácica. No escucho nada. Solo te siento a ti.

Por fin respondo a la lenta llamada de tu cuerpo, a la promesa muda de tu presencia. Eres mi único alivio, la anulación deseable de mi cuerpo. Me consuelas del miedo, del ruido; detienes el aire sofocante que me mueve, desprendes de mi piel el olor a mi piel. Me consuelas de la muerte y del vacío y de la vida; y me consolarás para siempre, porque tú sola existes, y yo me muero, me desvanezco sobre el suelo de un bosque más viejo que la muerte.

JC

martes, 25 de julio de 2017

Monte Misen

Te fuiste deshilvanando con las ramas
y las hojas de nombre desconocido.
Te quedaste ciego en las señales.
Se borró la huella de tu pie
en aquellos escalones infinitos.
Se puso el sol en la montaña y la sombra
atrapó tu sombra con su brazo de nubes.
Con los años, la humedad empapó tu pasaporte
y fue a tallarse tu nombre en la pared.

En el último templo que pisaste
al tiempo lo contienen paneles de papel
y una viajera se descalza en la tarima.
Entrega los zapatos, es una ofrenda al sueño.
Y en el silencio selvático y salvaje
pide permiso y se reconoce intrusa
de Occidente, del siglo y su ignorancia.

Ha venido a buscarte, a dibujarte
con el verde que ha acabado por erigir imperio.
Lleva el recuerdo detallado de tu cuerpo
para volver a construirlo y enseñárselo
a aquellos habitantes, mágicos y diminutos.
También lleva entrelazados en las manos
los hilos de tu miedo y tus secretos.
Y sabe cómo desatarlos de los árboles.

Desaparecer es volver a encontrarte.


JC


martes, 13 de junio de 2017

Ángulo ciego

Hay quienes llevan un poema dedicado
sin saber que lo llevan,
sin haberlo leído, sin saber que fue escrito.

Lo llevan enmarcándoles el rostro,
aleteando alrededor de la mirada
para que no lleguen a verlo por los lados.

Lo llevan palpitando levemente
por los meses de invierno,
y alcanzan a escucharlo entre sus sueños.

Lo llevan en el ángulo ciego de su retrato,
a donde no pasaron nunca las caricias
de los amantes que no les escribieron:

Hay quienes nunca inspiraron un poema
y entonces es seguro que lo saben
y que se sienten huérfanos.

Quisiera escribirles poemas en secreto
a todos los que faltan
y que desde mis manos, fueran a perseguirlos.

JC

miércoles, 7 de junio de 2017

Otra oscuridad

Hay una forma de huir sin marcharse.

Es un camino en un punto, refractado entre los segundos. Serpentea por debajo de las manos cuando las dejamos adormilarse; buscan el tacto de las sábanas, de la hierba, se caen entre las minúsculas cuerdas que las componen. Primero tienes que dejar que la noche nos llene la boca de metáforas y que titilen las luces de los coches. No recuerdes las confesiones de madrugada; esas no están para invocarse.

Deja que se alargue la deshora, que languidezcan las palabras y se mueran los colores. Déjate enfriar, olvida tu nombre, que yo lo sostengo. Busca el silencio hasta que sientas el polvo bajar por las esquinas y en tu pecho retumbe el secreto de una catedral. Teme el abandono de tu cuerpo. La oscuridad da miedo; deja que te ronde.

Si abres los ojos antes de tiempo, no te besará.


Aguanta la respiración lenta del Universo, lee en sus labios la promesa lejana de los bosques. Contingencia. No comprendemos los hilos del paisaje, nos movemos por el tiempo que los cose.  

JC

viernes, 5 de mayo de 2017

El abrazo de una sombra.

Y entonces ella llegó
con un hambre atroz
y no dejó ni una luz.
Hasta el olor era negro.
Todavía oigo el eco,
entre todo este vacío viciado,
de mil gritos en una voz
que habla, y yo no entiendo,
con más furia que miedo.

Jack.

miércoles, 26 de abril de 2017

Saturday photo.

Te imagino sentada al borde de la cama, desalentada, desesperada por el contraluz de bloques de edificios colosales. Cuántos reflejos de ti se sentarán en camas parecidas, cuántos adosados a esa imagen, tan tristes, tan contaminadamente tristes, pensarán que no lo son, que son felices. Y que Madrid no es una incubadora, una camilla blanca sin desinfectante en la sala repetida de un hospital infinito.

Te veo enferma y tan cansada, que el sueño huye de ti, y se ha borrado de ti la dedicatoria de mi libro. Tus libros han perdido sus títulos, y conforme se alargan las sombras, se vuelve anaranjada la luz de las farolas, que los vuelve ilegibles. No recuperarán su sentido mañana, ni tampoco pasado.

Así te imagino en tu distanciamiento. Falta un mensaje, una llamada mía al final de este día, que ignorarás para no traicionar el estatismo de tu propia imagen. Podría razonar contigo para que me respondas. Montones de palabras. Turnos de semáforo, acelerones, humo, mala música ahogada. Verde, rojo, ceda el paso.

Te echo de menos. - Cuatro de la tarde. Ni me respondas nada. - Siete de la mañana.

Veo tu reflejo. Los pacientes en sus habitaciones de pisos unifamiliares. Pero yo no reflejo, soy opaca. ¿Puedes imaginarme? ¿Llegaste a conocerme? Montones de palabras. Soy opaca. Ya no puedes verme. Guardo a salvo del ruido todos nuestros secretos, y plegadas las canciones, para que no se ahoguen en tus cuatro paredes. Imagíname a oscuras.

Debajo de esa cama habrá alguna maleta. Dejarás a Madrid ensordeciéndote, ensordecida. Sin lo que se hayan inventado sobre mí. Dentro de un tiempo olvidarás por qué, qué te dijeron, o qué malinterpretaste. Y recordarás, espero que recuerdes, la grieta que mirabas al borde de la cama. Una grieta entre fachadas, y bloques de edificios colosales. Ni te describo, ni escribo para ti: el último reflejo dorado de un barrio de Madrid.


Me escribo a mí.

JC


viernes, 21 de abril de 2017

No son espejos, son puertas.

En la medina de Rabat compré un espejo con forma de puerta, hojas y pomo. La madera huele a humedad - “humedad” sirve para describir un mar gris, una pantalla de polvo, unos muros de adobe- y el cristal es tan basto que no refleja nada. Está sucio, o es opaco, me da igual.

Para mirarse en él, primero hay que colgarlo a la altura de los ojos -no habría una puerta ahí, de ninguna manera-, abrir las hojas y pasar un paño. La entrada es tan estrecha que, por ella, solo se asoma medio rostro. Quien se mira en él no puede peinarse, ni tan siquiera ponerse unos pendientes; quien lo usa no comprueba su apariencia, y antes de llegar a verse tiene que pasar por las piedras, los dibujos y los grabados que conforma el metal del dintel, o del marco.

No sé si es más frustrado el deseo de mirarse o de marcharse a alguna parte. Tampoco lo sabía la niña que corría por la mezquita de Córdoba, esperando estrellarse contra un pasillo de espejos que, mirados frente a frente, se multiplicaban. Ni siquiera sé por qué era tan decepcionante no verse, o por qué lo habría sido no poder correr, no atravesarlos.

Si colgara el espejo -si llegara a abrir las puertas-, no vería nada. Solo olería otra vez la medina de Rabat. Mantendré las puertas cerradas, el espejo sin colgar, para no sentir de nuevo la llamada del mar, la tracción dominante de las olas, las ganas de ahogarme, o de nadar. Para no asomarme al vacío infinito, al milagro del número; a las delicadas operaciones que nos contienen, sin explicarnos,y que simplemente son, sin que entendamos.


No veo. Corro.  

JC


domingo, 9 de abril de 2017

Tardes de domingo.

Tarde lluviosa, la niebla que invade las calles camufla las figuras de las personas al caminar.

La luz de un solitario bar se proyecta en la acera. No se ve a nadie en el interior, un desconocido decide pasar. El camarero, solo en la barra, esta secando unos vasos con un trapo, cuando ve al desconocido entrar:

- Buena tarde para tomar algo en soledad ¿Qué desea? – saludó el camarero.
- Un poco de inquietud en una vida usual.
- El agua que no fluye se estanca. Aquí tiene, ¿con hielo? – le respondió el camarero, ofreciéndole un vaso vacío.
- Sin. Bastante hondo me ha calado el agua de esta lluvia que no tiene fin.
- Eso ya lo veo en su atavío, sin embargo hay algo en su mirada que la lluvia no ha conseguido mojar– El camarero sacó un segundo vaso, llenando ambos con un licor espeso y oscuro. – le acompañaré su soledad con mi soledad.
- Será la esperanza de encontrar algo entre todo lo perdido – dijo el desconocido tomando un sorbo del licor.
- A veces hay que perder y perderse entre mil gotas de lluvia para encontrarse a uno mismo.
- Temo encontrarme con un monstruo dormido, ¿qué halló usted tras tantos vasos servidos?
- Mañanas de sueños por cumplir, tardes de encuentros entre viejos amigos, noches de insomnio que aún perduran. Sin embargo, veo que aquel niño dolido por su pasado, sigue buscando sentido en vez de disfrutar del camino.
- Y gracias a eso mantenemos este rito cada domingo.


Ami y Jack.

viernes, 31 de marzo de 2017

Metro

No quiero volver a casa.

En el ascensor, coincidiré conmigo
y tendré que mirarme durante cinco pisos,
y pensaré en todos los poemas que me escribo.

No quiero que el espejo del baño le responda,
la verdad no sabe bien a las seis de la mañana.

He aprendido a disfrutar -del rugido de un tren envejecido.-
De la mirada tibia de quien entra a trabajar
entre el día y la noche. Sus uniformes, lento desfile desganado de 
              [disfraces.

He aprendido a buscar el descanso rutilante en un hombro rectilíneo
por encima de una cama perfectamente plana, apetecible al muro
y a quien sabe quedarse dentro del cine blanco.

He aprendido a suscitar -que se pregunten si somos o no novios-
aunque a la gente que madruga le importe poco
y quien trasnocha dé por dado que lo somos.

He aprendido el arte -del maltrato a la costumbre-
y la contradicción, y la contraprudencia contra todo sentido
-que me dejen en paz, que me dejen en paz-.

He aprendido a deslizarme en la pantalla congelada de aire;
aunque me muerda las piernas, y me agriete la boca
sin que duela, porque no siente ni padece mi vestido elegante.

Añoro absurdamente a quien me ayude a no volver a casa
y prefiera convertir la calle en casa
con el ego hamletiano de fingir que sabe.-Sí, lee tú-

Y he aprendido a cantar ruido, a andar sin caminar,
a desvelarme agotada y a dormir sin sueños,
a bailar en la cama y a recibir insomne

la inevitable decepción del desenlace.

Que cuando llegue a casa – repetición cansina, fracaso inevitable-
escribiré tonterías en versículos
porque es la única manera de -ahora sí- mirarme:

Me difumina la belleza frágil de la pobreza,
de la consoladora suciedad de la noche.

JC


Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.
"Contra Jaime Gil de Biedma."

lunes, 30 de enero de 2017

Oscuridad.

Serán tuyas esas manos de gigante
con que llevo soñando desde niña.
Y hacia dónde me guías cuando bailas
y dónde puedo buscar la tumba que destruye
tan silenciosamente tus latidos,
y qué hago si la canción no acaba
y se ha quedado noche todo el día
y el último mes es una sola noche.
Cómo tengo ahora miedo de las palabras,
por qué lo que te callas da más miedo todavía,
cuánto más alargaremos las metáforas,
dónde estarán la realidad y la ficción
cuando separes la verdad de la mentira.
Y si no me guías a ninguna parte,
y si tu pulso acaba por dejarme sorda,
y si mis libros no responden a tus dudas,
y si aún puedo marcharme, y decrecer
y ser niña, que sueñe con manos de gigante
con compases más fáciles; con chicos, no hombres,
en mi simulacro adolescente de la vida,
y conformarme con parejas de baile más cobardes
y letras menos inverosímilmente terroríficas.
Resultado de imagen de rayuela

miércoles, 25 de enero de 2017

Campo

Parte de mi cabeza se desgarró en esas zarzas. En esa hora dorada todavía te recuerdo esquivando el alambre de espino, las piedras, los muros semiderruidos. No eras mi amigo. Había aprendido tu nombre unas horas antes; lo solté pocas semanas después. Solo te recuerdo porque eras parte del paisaje. Como algo que desaparece a fuerza de mirarlo. Como las acequias y las casas de piedra, la llanura que amarilleaba en el horizonte, las mesetas que se sucedían una tras otra, un mar de trigales. Como un accidente, un obstáculo, un árbol. El paisaje era demasiado grande. El paisaje era todo lo que pasaba.

Ese campo de Castilla tiene la facultad de ser un campo cansado, avasallado por el Sol, ahogado en el dorado; helado y azul de madrugada. Sentíamos el latido de las lomas desnudas de la tierra, la llamada de las piedras secas entre las espigas. El cielo se nos prometía sin limitaciones, copando la extensión de las mesetas; se hacía tal vacío entre el cielo y esas tierras que sentíamos que nos caíamos, y había cierto vértigo dentro de nosotros. Por debajo de las cigarras y de las acequias se intuía un silencio aterrador. Un abandono que se multiplicaba, un velo que empañaba los caminos. Los caminos olvidados que permanecían allí durante décadas, cruzando aldeas fosilizadas, por las curvas que alguna vez alguien quiso y recorrió. Recorrer algo olvidado es un atrevimiento, nosotros lo sabíamos. Recorrer el vacío es perder la noción de uno mismo. Nos alejamos tanto del pueblo que ya no pertenecimos a pueblo ninguno. No nos pertenecíamos a nosotros.

Nadie podría oírnos si gritábamos. Nadie podría protegernos si algo pasaba. Nadie sabría nunca lo que había pasado, si es que alcanzábamos a entender cómo pasaba el paisaje por nosotros. Habíamos llegado a donde no importaban nuestros nombres, ni nuestros juegos. No nos conocíamos, eso era lo más importante. No teníamos que hablarnos ni ser amables el uno con el otro. Lo que pudiéramos contar al regresar tampoco lo medirían las palabras.

Siempre eras el más listo. El primero en saltar los muros y deshacer los nudos. Fuiste el primero también en entrar en esa casa. Era una casa porque alguien la quiso alguna vez. Pero solo tenía parte del techo, y en su cocina creía un árbol. La madera vieja nos daba miedo. Nos daba miedo que allí hubiera muebles con el fantasma de una mano sobre ellos. No quiso entrar nadie detrás de mí, no todos valoraban el poder de un recuerdo.

A veces nos imagino tumbados en mitad de esa casa, entre las hierbas, las tablas y los cardos, con la puerta todavía abierta. La luz de esa hora dorada entraba por todas partes y rebasaba las proporciones de esa gente pequeña y antigua. Ni siquiera habríamos podido sentarnos en una silla, de haberlo intentado. Nos sentimos atrapados en un minúsculo envoltorio de papel brillante. No eras tan elocuente en el silencio; en la quietud salvaje, brutal. Tenías los brazos negros de haber pasado el verano vagando, aburrido, por el campo. Con qué mimo recorrías líneas desamparadas, qué desamparado estabas en sus paisajes. ¿No contaba mi cuerpo como otro? Yo seguía siendo blanca y torpe, pero al menos vibraba, telúrica. Y tú también. Cómo te quise así, en un momento, sin ninguna razón. Qué poco duró el momento de quererte, aun cuando esa hora dorada dure para siempre. Y qué envidiosos eran los gritos que nos llamaban desde fuera; cuánta era la molestia que generaban esas amistades. Esas amistades que ya no tenían sentido, allí, lejos de todo. Esas compañías que, a la hora de regresar, ya no comprendían el ritmo rápido de nuestros pasos, ni nuestros alientos acompasados.


En algún lugar ha quedado ese momento de amor adolescente. En algún camino, alguien tiene todavía catorce años. Algunas tardes, en esa hora dorada, en esos campos humillados de Castilla, me imagino allí, en una casa que no es casa, perdida. Qué insistentes son los atardeceres, cuando arden día tras día, en un momento. Cómo te quise en ese momento, y lo rápido que se me pasó. Quién serías. Supongo que eternidad es repetirse un momento que no duró nada. Aunque a veces, en mi imaginación, ya se ha hecho de noche.

domingo, 8 de enero de 2017

Invierno de cristal

Saltar a una imagen detrás del cristal
donde el viento sopla nuestros reflejos
y ha borrado la fecha de las fotografías
revelándonos un tiempo sin rostro.

Recordar es besar a los monstruos;
besar es libar sus manías
y entregarles los ojos cerrados
y enterrarte de pasados y cal.

He tocado fondo en un vidrio plano
un invierno eterno que corta y resfría;
con las manos más frías que nunca,
más que nunca, sabañones y caducas.

Se repiten los meses intemporalmente
e inclementes las mismas misas
de susurros que ya no nos creemos,
con sus ecos, sus cacofonías, sus domingos.

Y la estación no avanza, y la foto no cambia.
El estío no se alcanza, y el cristal se rompe.

Solo con las imágenes de nuestras metáforas;
la instantánea no, esa quedará ahí.

Akai. JC.
Gracias, amigo.

lunes, 2 de enero de 2017

Caminante extraviado

Hoy la brújula no siente el norte,
ni tiene ganas de encontrarlo.
Dicen que se ha perdido entre bosques
profundos de sombríos pasados,
durmiendo en las nieblas del presente.
Dicen que buscaba lo robado
y lo que halló no fue suficiente.


Jack.