Te acuerdas de cuando nos metíamos
debajo de las sábanas para jugar con las luces de colores que se
filtraban, que desvelaban los trabazones del algodón; con la misma
mirada microscópica que estudia las alas de una mariposa. Y la luz
era rosa, azul, amarilla, verde; llovían flores. El cielo estaba
tachonado de flores, colmado de pétalos de papel, y respirarlo era
como ahogarse, intentar traspasar los hilos invisibles de la colcha,
llenarse la cabeza de burbujas, dejarse el pecho aplastado de aire.
Cuando emergíamos todo parecía de mentira, la mesa, el cuarto, les
faltaba color. Te acuerdas de cuando pasábamos tardes enteras
tumbados en el suelo, viendo los muebles del revés, solo para que el
silencio nos aplastara, y nos llevara, nos llevara a donde fuera, pero fuera de allí. Era un
silencio desesperado, un silencio tan vacío que no tenía silencio,
no tenía nombre, no tenía razón, solo era ausencia de otra cosa. Y
cuando nos veían hablar sin cesar, y reír, y se preguntaban qué
hacíamos todo el día el uno con el otro, si ya lo sabíamos todo;
bien, pues estábamos callados, no hacíamos nada, nada, eso no se lo
imaginaban. Te acuerdas de que no conocíamos a nadie más, no
teníamos más amigos, se reían de nosotros y ni siquiera les
oíamos, sus carcajadas estruendosas eran como aleteos de pájaros
sordos para nosotros, ni siquiera sabíamos quiénes eran esas
personas. Te acuerdas de cuando nos llamábamos por nuestro nombre
tantas veces que probamos a responder con el del otro, y lo repetimos
tanto que empezaron a sonar extraños, de otro idioma; se
convirtieron en una masa de fonemas desconocida, impronunciable. Te
acuerdas de cuando no teníamos nada que contarnos y solo hablábamos
de lo que imaginábamos, eso era lo mejor, lo que temíamos, lo que
deseábamos, lo que podría haber pasado y no pasó, lo que debería
pasar, acabamos viviendo en subjuntivo o en algún punto extraño en
que pasado y futuro coincidían, debajo de sábanas de colores. Te
acuerdas de que llevamos tanto tiempo sin escribir en primera persona
del plural que leerlo te parece injusto; sí, es injusto que el
maldito autor siempre tenga palabra, persona y tiempo para quejarse
mientras el lector permanece ahí, recibiendo, sin plurales que le
incluyan, la soledad del lector es la peor. El escritor puede
escribir “nosotros” cuando le dé la gana.
JC