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viernes, 17 de junio de 2016

Sábanas

Te acuerdas de cuando nos metíamos debajo de las sábanas para jugar con las luces de colores que se filtraban, que desvelaban los trabazones del algodón; con la misma mirada microscópica que estudia las alas de una mariposa. Y la luz era rosa, azul, amarilla, verde; llovían flores. El cielo estaba tachonado de flores, colmado de pétalos de papel, y respirarlo era como ahogarse, intentar traspasar los hilos invisibles de la colcha, llenarse la cabeza de burbujas, dejarse el pecho aplastado de aire. Cuando emergíamos todo parecía de mentira, la mesa, el cuarto, les faltaba color. Te acuerdas de cuando pasábamos tardes enteras tumbados en el suelo, viendo los muebles del revés, solo para que el silencio nos aplastara, y nos llevara, nos llevara a donde fuera, pero fuera de allí. Era un silencio desesperado, un silencio tan vacío que no tenía silencio, no tenía nombre, no tenía razón, solo era ausencia de otra cosa. Y cuando nos veían hablar sin cesar, y reír, y se preguntaban qué hacíamos todo el día el uno con el otro, si ya lo sabíamos todo; bien, pues estábamos callados, no hacíamos nada, nada, eso no se lo imaginaban. Te acuerdas de que no conocíamos a nadie más, no teníamos más amigos, se reían de nosotros y ni siquiera les oíamos, sus carcajadas estruendosas eran como aleteos de pájaros sordos para nosotros, ni siquiera sabíamos quiénes eran esas personas. Te acuerdas de cuando nos llamábamos por nuestro nombre tantas veces que probamos a responder con el del otro, y lo repetimos tanto que empezaron a sonar extraños, de otro idioma; se convirtieron en una masa de fonemas desconocida, impronunciable. Te acuerdas de cuando no teníamos nada que contarnos y solo hablábamos de lo que imaginábamos, eso era lo mejor, lo que temíamos, lo que deseábamos, lo que podría haber pasado y no pasó, lo que debería pasar, acabamos viviendo en subjuntivo o en algún punto extraño en que pasado y futuro coincidían, debajo de sábanas de colores. Te acuerdas de que llevamos tanto tiempo sin escribir en primera persona del plural que leerlo te parece injusto; sí, es injusto que el maldito autor siempre tenga palabra, persona y tiempo para quejarse mientras el lector permanece ahí, recibiendo, sin plurales que le incluyan, la soledad del lector es la peor. El escritor puede escribir “nosotros” cuando le dé la gana.

JC