Parte
de mi cabeza se desgarró en esas zarzas. En esa hora dorada todavía
te recuerdo esquivando el alambre de espino, las piedras, los muros
semiderruidos. No eras mi amigo. Había aprendido tu nombre unas
horas antes; lo solté pocas semanas después. Solo te recuerdo
porque eras parte del paisaje. Como algo que desaparece a fuerza de
mirarlo. Como las acequias y las casas de piedra, la llanura que
amarilleaba en el horizonte, las mesetas que se sucedían una tras
otra, un mar de trigales. Como un accidente, un obstáculo, un árbol.
El paisaje era demasiado grande. El paisaje era todo lo que pasaba.
Ese
campo de Castilla tiene la facultad de ser un campo cansado,
avasallado por el Sol, ahogado en el dorado; helado y azul de
madrugada. Sentíamos el latido de las lomas desnudas de la tierra,
la llamada de las piedras secas entre las espigas. El cielo se nos
prometía sin limitaciones, copando la extensión de las mesetas; se
hacía tal vacío entre el cielo y esas tierras que sentíamos que
nos caíamos, y había cierto vértigo dentro de nosotros. Por debajo
de las cigarras y de las acequias se intuía un silencio aterrador.
Un abandono que se multiplicaba, un velo que empañaba los caminos.
Los caminos olvidados que permanecían allí durante décadas,
cruzando aldeas fosilizadas, por las curvas que alguna vez alguien
quiso y recorrió. Recorrer algo olvidado es un atrevimiento,
nosotros lo sabíamos. Recorrer el vacío es perder la noción de uno
mismo. Nos alejamos tanto del pueblo que ya no pertenecimos a pueblo
ninguno. No nos pertenecíamos a nosotros.
Nadie
podría oírnos si gritábamos. Nadie podría protegernos si algo
pasaba. Nadie sabría nunca lo que había pasado, si es que
alcanzábamos a entender cómo pasaba el paisaje por nosotros.
Habíamos llegado a donde no importaban nuestros nombres, ni nuestros
juegos. No nos conocíamos, eso era lo más importante. No teníamos
que hablarnos ni ser amables el uno con el otro. Lo que pudiéramos
contar al regresar tampoco lo medirían las palabras.
Siempre
eras el más listo. El primero en saltar los muros y deshacer los
nudos. Fuiste el primero también en entrar en esa casa. Era una casa
porque alguien la quiso alguna vez. Pero solo tenía parte del techo,
y en su cocina creía un árbol. La madera vieja nos daba miedo. Nos
daba miedo que allí hubiera muebles con el fantasma de una mano
sobre ellos. No quiso entrar nadie detrás de mí, no todos valoraban
el poder de un recuerdo.
A
veces nos imagino tumbados en mitad de esa casa, entre las hierbas,
las tablas y los cardos, con la puerta todavía abierta. La luz de
esa hora dorada entraba por todas partes y rebasaba las proporciones
de esa gente pequeña y antigua. Ni siquiera habríamos podido
sentarnos en una silla, de haberlo intentado. Nos sentimos atrapados
en un minúsculo envoltorio de papel brillante. No eras tan elocuente
en el silencio; en la quietud salvaje, brutal. Tenías los brazos
negros de haber pasado el verano vagando, aburrido, por el campo. Con
qué mimo recorrías líneas desamparadas, qué desamparado estabas
en sus paisajes. ¿No contaba mi cuerpo como otro? Yo seguía siendo
blanca y torpe, pero al menos vibraba, telúrica. Y tú también.
Cómo te quise así, en un momento, sin ninguna razón. Qué poco
duró el momento de quererte, aun cuando esa hora dorada dure para
siempre. Y qué envidiosos eran los gritos que nos llamaban desde
fuera; cuánta era la molestia que generaban esas amistades. Esas
amistades que ya no tenían sentido, allí, lejos de todo. Esas
compañías que, a la hora de regresar, ya no comprendían el ritmo
rápido de nuestros pasos, ni nuestros alientos acompasados.
En
algún lugar ha quedado ese momento de amor adolescente. En algún
camino, alguien tiene todavía catorce años. Algunas tardes, en esa
hora dorada, en esos campos humillados de Castilla, me imagino allí,
en una casa que no es casa, perdida. Qué insistentes son los
atardeceres, cuando arden día tras día, en un momento. Cómo te
quise en ese momento, y lo rápido que se me pasó. Quién serías.
Supongo que eternidad es repetirse un momento que no duró nada.
Aunque a veces, en mi imaginación, ya se ha hecho de noche.