Te fuiste deshilvanando con las ramas
y las hojas de nombre desconocido.
Te quedaste ciego en las señales.
Se borró la huella de tu pie
en aquellos escalones infinitos.
Se puso el sol en la montaña y la
sombra
atrapó tu sombra con su brazo de
nubes.
Con los años, la humedad empapó tu
pasaporte
y fue a tallarse tu nombre en la pared.
En el último templo que pisaste
al tiempo lo contienen paneles de papel
y una viajera se descalza en la tarima.
Entrega los zapatos, es una ofrenda al
sueño.
Y en el silencio selvático y salvaje
pide permiso y se reconoce intrusa
de Occidente, del siglo y su
ignorancia.
Ha venido a buscarte, a dibujarte
con el verde que ha acabado por erigir
imperio.
Lleva el recuerdo detallado de tu
cuerpo
para volver a construirlo y enseñárselo
a aquellos habitantes, mágicos y
diminutos.
También lleva entrelazados en las
manos
los hilos de tu miedo y tus secretos.
Y sabe cómo desatarlos de los árboles.
Desaparecer es volver a encontrarte.
JC