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sábado, 8 de agosto de 2015

Trastero.

Hay algo casi obsceno
en desmontar los viejos marcos
y dar la vuelta a las fotos
que coloqué con mimo mucho antes.
Hay algo esquizofrénico
en las frases que dejé anotadas
en todos los reversos
y es algo natural
haberlas olvidado
después de tanto tiempo.

Hay algo enormemente triste
en intentar capturar los recuerdos
en láminas de diez por quince
y en billetes caducados
en cajas de zapatos.
Hay una bofetada
a mi yo del pasado
cuando escondo en bolsas de basura
lo que antes exponía
encima de la cómoda.
Hay arrepentimiento
en los tijeretazos
que han matado cuadernos
y fotos y diarios,
sobre todo en las noches de invierno
cuando se me olvida
que ya no tengo quince años.

Hay un poco de traición
en deshacer los pasos que un fantasma
conservó sobre el polvo,
y una negación hipócrita
al desprenderse de todo
para poder buscar
nuevos trozos de plástico.
Y trastos que venerar
hasta que terminen
pudriéndose en el desván
de un día para otro.

Hay odio
como en el aullido de un perro abandonado
y en el árbol que despluman
y encajonan
después de navidad.
Y en la maceta
que alguien dejó tirada
atrás en la mudanza,
y en la esclava que toda abuela
regala con el bautizo
y en la sábana que protege
los muebles del polvo
aunque nadie los vaya usar.
Es enormemente triste
que dejemos a nuestro paso
tanta vulnerabilidad inútil
tanto síndrome de Diógenes
y a la vez
tanto deseo hipócrita
de volver a ser
quienes guardaron
con tanto mimo

nuestra debilidad.

JC