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lunes, 17 de noviembre de 2014

Quizás.

Una vez fui prisionero
y soñaba con ser libre.
Y ahora que alzo el vuelo
echo de menos mis grilletes.
Con nostalgia recuerdo
cada enmohecido centímetro
de mi triste encierro.
Anhelo tanto aquella ventana
que daba al cielo...        
Porque verla era soñar.
Y de ese lejano sueño,
ya moribundo,
solo queda la realidad.
Porque antes sabía
que lo que me ataba con rabia
era sólo metal.
Que el frío
era simplemente real,
y no la ausencia
de lo inmaterial.
¿que es solo miedo?
Quizás,  quizás.


Jack.

martes, 4 de noviembre de 2014

Perder la esperanza.

La última hoja del último árbol
ha sucumbido al otoño.
Cae a un ritmo despacio,
como marcado por un tambor.
Ha perdido su último sueño,
se ha cansado de ese silencio
ahogado y desalentador.
Deja que la meza el viento,
quizás ya espere algo mejor.


Jack.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Recopilación de micropoemas:

Canta, pájaro, canta
aquella vieja canción.
Vuela libre, vuela,
lejos de tu prisión.
_______________

Como un pez
en el desierto
moribundo,
hambriento
y muerto
de sed.
______________

Canción de dos:
Tu respiración
es la melodía.
Tu corazón
marca el ritmo
mientras la compaña la mía.
_______________

Desenfreno:
Una rosa,
una diosa,
una guerra,
una rendición...
Y el instinto
calló las palabras.
_______________
La vida:
Una fábula
sin moraleja.
Una liebre,
una tortuga
y todos pierden.



Jack.

viernes, 20 de junio de 2014

Ojos sordos.

Y qué voy a hacer despierta,
si en el pecho pesan ya más
de cien madrugadas desiertas.
De noches
en que los tacones te rozan por huir
y no por bailar.
Qué conversación sentimental
vamos a tener a la luz de las estrellas
si aquí ya solo acude el silencio.
Es cosa triste guardar
las canciones viejas en las veladas
de tu memoria desabastecida.
Es cosa triste escuchar
las mismas notas que sabes
no oirás en una verbena.
Verte como cenicienta
porque siempre vuelves pronto
y no por sentirte princesa.
Pienso que este cansancio,
esta desgana, este destierro,
comenzaron hace un año,
cuando me dio por pensar
que las calles olían a azufre,
y vi que las máscaras de fiesta
eran el verdadero rostro
de algunas marionetas.
La gente ya no sabe salir
sin dejar su corazón en la puerta.
Eso es lo que me dijiste
esperando al autobús
con las esperanzas tan rasgadas
como las medias.
Esto es un baile trágico de títeres
con disfraces de piel;
esto es un buscar sinfonía
de la mano de maníaco
que golpea su instrumento.
Y en este rebaño
de convulsiones arrítmicas,
tú y yo encontramos melodía,
con el pulso gastado
y los ojos sordos
de madrugadas que no oyen,

que no llegan, que no ven.

JC

martes, 20 de mayo de 2014

Carta a una ausencia.


                                   Querido amigo,
Últimamente se ha puesto de moda decir que el presente es lo único que existe. Yo no sé si de verdad lo piensan, si nunca lo han pensado o si lo piensan solo en parte, porque hace poco (demasiado pronto) aprendí que, cuando la gente dice las cosas, no dice exactamente lo que quiere decir. Que dice un poco más o un poco menos, para no ofender a quien les está escuchando. A mí lo que realmente me ofendería sería que me dijeran menos o más de lo que realmente tienen que decirme. Pero sí, ya lo sé, la gente es absurda.
Puede que estas líneas sean una prueba más a favor de los pasados exiliados y los futuros moribundos, o que por contra, sean su golpe de gracia. Pero hoy no he podido aguantarme las ganas de decirte que estás tardando mucho y que me faltan los secretos que guardarte y las sonrisas con que recibirte. Que me agarro a veladas difusas y viejos mensajes, y que menos mal que en la memoria caben cuatro pasados (a quien le guste la lengua sabrá recitarlos) porque si no, tal vez me olvidara de ti. El futuro, al revés, es inconstante, una hoja de solo dos caras, que ya he llenado de cosas que hacer en primavera, pero no me lamento, amigo, porque si no tuviera esa hoja, qué sería de nosotros...
Ya se me acaban las palabras: te advertí que no tenía mucho con lo que sostenerme. Tan poco, que nunca te he llamado “amiga”. Amigo, o amiga, es demasiado largo, tú solo eres una ausencia, no te ofendas. Hubiste, habrás y habías sido, fuiste, eras y serás.
Yo me he quedado atrapada en lo que soy.
Ven pronto, ya solo me quedan puntos suspensivos...

JC

lunes, 14 de abril de 2014

14 tricolor.

Como si de un sueño
que tricolor se levantara,
de esos que corres
para alcanzarla.
Uno sin amo rey o dueño,
pero no sin  esperanza.
En el que caen las torres  
y los pilares del franquismo
y de este sistema falso y marchito.
En el que el poder es del pueblo
y la corrupcion un mito.
En el que no hay hueco a feudos,
ni a privilegios, ni a cleros.

Jack.

sábado, 29 de marzo de 2014

Eres -sola- tú misma.

Camina acompañada
de ella sola,
camina a deshora
de la mano de nadie;
y ese nadie,
que siempre la acompaña,
la cubre de arañazos de ella misma.


Encerrada en las curvas,
que sueñan ser guitarra
y desafinan;
atrapada en las rutas,
que apuntan hacia arriba
y se derrumban;
ella vive en la línea 
entre dos mundos:

El que es de todos...
y el que es ella misma.

JC



She walks in beauty, like the night
   Of cloudless climes and starry skies;
And all that’s best of dark and bright
   Meet in her aspect and her eyes;
Thus mellowed to that tender light
   Which heaven to gaudy day denies...
Lord Byron.

lunes, 17 de febrero de 2014

La primera respuesta no es siempre la correcta.

Tanta certeza en lo incierto
que solo aderezan
con respuestas de vaguezas
para así, saciarse.
engaños y sutilezas
que se tragan glotonamente
sin pestañear ni mover la cabeza,
porque asi, viven felices.
Sin duda todo con un sabor dulce,
pero no menos falso y estridente
a ojos de la verdad y de los jueces.



Jack.

martes, 21 de enero de 2014

Sentido sin sensibilidad.


Homenaje a Jane Austen
desde la más respetuosa y cariñosa de las discrepancias
de una admiradora.

Kate no podía ni quería seguir sumergida en aquella situación. Cada mañana y cada noche observaba a Mary en la cama con el mismo camisón viejo, mirando hacia la ventana como en un impulso febril, con una de sus blandas y sudorosas manos apoyada en la suya. ¿Cómo podía ella explicarle lo que en esa casa iba a acontecer, hacerle entender que había tantas cosas que habían escapado a sus ojos y a su juicio que ella misma era la causante de sus propios sufrimientos?

Pasaron semanas y se despejaron los caminos. Hacía tiempo que ya no llovía, y cuando Woodgate continuó sin visitarlas, dejando patente su desvergonzada irresponsabilidad y delatando con este acto de mala educación todas sus mentiras pasadas, Mary se vio obligada a abandonar la excusa que la había sostenido hasta entonces. No por ello pudo mancillarse el nombre del caballero en su presencia, y cuantos iban a visitarla conservaban la prudencia de no derrotar el ánimo de la pobre joven con su mención. Sin embargo, si por algún desliz o una desafortunada casualidad esto ocurría, a Mary se le anegaban los ojos en lágrimas y no disponía de otra solución que no fuera volver el rostro y fingir indisposición.

Mary, que siempre había sido su guía y su ejemplo, la enseñanza encarnada de como habían de ser los buenos modales y la belleza natural, se había convertido ahora en un espectro. Después de tantos días en su compañía, por temor a dejarla sola entre fiebre y delirios, Kate se empapó tanto de esta imagen enfermiza que acabó agradeciendo el no haber nacido con la exaltada sensibilidad y la capacidad de amar con las que le mundo había agraciado a Mary, por mucho que llevara admirando durante años precisamente ambas cualidades.

Y es que, si bien era cierto que Woodgate se había comportado de forma grosera, hipócrita y mezquina, Mary no estaba exenta de culpa. Había pasado demasiado tiempo encerrada en casa, colmada del cariño de unos padres demasiado ciegos e indolentes, pasando tardes y tardes sumergida entre libros y no dedicándose a otra cosa que a éste ocioso placer. Y no eran otras que las frases que en tantas novelas románticas había leído las que habían empañado su cordura y habían engañado a su corazón. Si se hubiera comportado de manera más prudente, si hubiese sido capaz de aceptar que su imagen del espejo no solo podía despertar la ternura de los hombres sino también su lujuria, si hubiera sido consciente de sus escasos recursos en cuanto a posesiones y dinero, tal vez nada de aquello habría pasado. Woodgate se habría marchado mucho antes, sin unas cartas humillantemente emotivas y sin un mechón de su pelo.

Ahora Mary estaba condenada a vagar contemplativamente el resto de años de su vida, como bien llevaba haciendo aquel invierno, porque no quedaban ya caballeros cuyas proposiciones no hubiese rechazado en nombre de aquel hombre, y dispuestos a aceptar a una mujer sin herencia ninguna ni el beneficio de libras mensuales.

Solo en estos momentos de aflicción y enfermedad pudo comprender Kate cuán irresponsable había sido su amiga, y cómo la sensibilidad y la pasión se pueden volver contra una hasta romperle el alma a causa de la imprudencia y de los bajos deseos de un solo hombre. Antes de partir, dejando a Mary relativamente repuesta, aunque sin oportunidad de ser la vivaz y alegre joven que había sido hasta entonces, se juró a sí misma que nunca se comportaría de igual manera, y que aquellos días habrían de servir como advertencia a un peligro al que podría haber estado expuesta con la misma facilidad que ella.

Y lo cumplió. Kate no se enamoró de su marido hasta que no se hubo casado con él, jamás entregó ningún mechón de pelo a un caballero, ni escribió cartas que pudieran comprometer su propio orgullo. Años más tarde, cuando ella y su esposo pasaban algunos días con Mary, que seguía soltera y de ese modo seguiría por siempre, o eso les parecía, una desagradable sorpresa apareció por la ventana en el preciso instante en que nadie la estaba mirando.

Era Woodgate. Así lo delataban las alteradas facciones de Mary, quien no había olvidado el ruido preciso de sus pasos en la entrada, ni había podido desprenderse, después de años de soledad, de la imagen de su coche en la puerta. En efecto, llamaron y ella abrió, y era él.

El modo en que se saludaron deshizo el sentido de Kate para siempre. Nadie sabía cómo había llegado, ni dónde había estado, ni por qué llevaba tanto tiempo sin escribir, pero inexplicablemente, Woodgate estaba allí, eso no se podía dudar, y apretó la mano de Mary con tanto cuidado como si fuera de porcelana. Unos minutos más en su compañía, unas explicaciones que todo lo esclarecían pero que a la envidiosa mente de Kate no aportaron nada, y quedó demostrado y retratado a sus propios ojos que el amor continuaba fiel, imperecedero e intacto.

Kate se ruborizó, sintiéndose humillada como nunca antes, y volvió a ruborizarse por su propia reacción. Se había equivocado gravemente, mucho más gravemente que su amiga, y no porque no creyera en el amor, que no había sido tan estúpida como para llegar a negar. No, se había equivocado por pensar que era mejor elegir, que las cosas buenas no excluían a las malas, que la prudencia era la mayor de todas las virtudes, y que era más conveniente el sentido que la sensibilidad.

JC

“I come here with no expectations, only to profess, now that I am at liberty to do so, that my heart is and always will be yours.” 

― Jane Austen, Sense and Sensibility

sábado, 11 de enero de 2014

En el mar de Madrid.


En Madrid hay un mar de oscuridad
que todavía nadie ha retratado sobre un lienzo;
sus olas rompen contra los altos edificios
y dejan el rastro de su espuma de carbono.
En Madrid se han apagado todos los faros
para que de los marineros nadie distinga
sus huellas en las aguas de cemento;
pero yo puedo ver brillar sus cigarrillos
y escuchar sus risas de película de miedo.
En el mar de Madrid, los barcos extraviados
recogen las velas y echan el ancla,
y en sus cubiertas se oye de madrugada
la música artificial de los dedos de una máquina,
y en susurros se confía la amistad como intercambio
de tarjetas entre hombres de negocios.
En el mar de Madrid todos somos camaradas,
y cantamos al unísono sonatas
sobre el tanga de las tías que lo enseñan
con los ojos empañados de lujuria
y en la boca un cargamento lleno de impertinencias.
Cuando los barcos arriban en Madrid,
se quitan lo que llevan y lo echan a las aguas,
y si enciendes una vela entre las manos
puedes ver olas de peste y ropa sucia,
y de pequeñas almas grises flotando descarriadas.
No, nadie se ha dado cuenta todavía
de que en Madrid hay un mar de oscuridad,
pero yo puedo verlo frente a mi balsa,
como una enorme mancha incestuosa,
como un charco de sus dueños abandonadas almas,
de vómito y de bolsas de basura.
En el mar de Madrid siempre es de noche,
y todos pasamos miedo si no nos liberamos
de nuestras pesadillas como los demás hacen.
Miedo a la soledad, miedo al fracaso,
esa es la peor tormenta que nos hunde,
y poco a poco abandonan nuestra nave
hacia luces de colillas y música de máquina,
hacia esas cubiertas en que antes
al llegar nadie quería formar parte.
A veces veo lumbres navegando ante mis ojos,
y me pregunto si serán balsas como la mía,
balsas perdidas, balsas a disgusto,
balsas con alma y cuerdas de instrumento
y pido auxilio en medio de esta noche
y pido por favor,
que alguien venga y la denuncie.

JC

lunes, 6 de enero de 2014

Estudio de la gramática.

Perdóneme la RAE, por no seguir sus normas.

Pero es que con comas y comas, y concordancias anómalas, usted y yo no concordamos. Si pudiera usted reglamentar la forma apocopada de mi aliento cuando mi novio anda cerca, o la escalera de adverbios que utilizo para sincronar adjetivos regulares, pero de regular su belleza totalmente incapaces, yo cedería a sus singulares reglas singuláricas. Es que usted no entiende que no existen normas con excepciones ni excepciones con normas, y que "la excepción que confirma la regla" es una frase hecha (a mamporrazos) aunque sea literal su significado. Y que su literaria hermana, "mejor lo bueno conocido que lo malo por conocer" ha hecho mucho, mucho Es que... a comienzo del discurso.
Lo admito, RAE. Me perdí entre los -ísimos, los muymuchos, los pores y los paras que él no paraba de ponderarme. Es subordinante para mi dignidad el orden de palabras al que se sublevan todos los hipérbatos, cosas tales hay porque que no pueden expresarse como están. He de admitir que abuso tanto de nombres que solo tengo adverbios travestidos, pero es que estos me parecían feos como colgajos parasitarios. Por no obstante, a las conjunciones las dejo tal cual están, porque las y griegas son griegas, y siempre se vuelve a lo clásico. Y que conste que he hecho bien el plural, que siempre es especialito, que las íes son latinas, como las playas afamadas.
Bueno, el caso es que me perdí entre su retórico, recurrente y irremediable - cuidado la coordinación de no ser correctamente pronunciada, ya he dicho que Grecia siempre es absoluta- injamás, y ahora no quiero volver. Porque él, que es disléxico, tiene más razón que usted.
Lamento o no el no de haber podido ser más imparcial, pero es que ya sabe, en mi opinión, muchos complementos directos son directamente atributos, y éstos tienen la costumbre de tener alma de adjetivo, en usualmente la adolescencia y el capricho.

Un saludo semántico, pero no gramatical,
de su eterno rival, la literariedad.

JC