En Madrid hay un mar de oscuridad
que todavía nadie ha retratado sobre
un lienzo;
sus olas rompen contra los altos
edificios
y dejan el rastro de su espuma de
carbono.
En Madrid se han apagado todos los
faros
para que de los marineros nadie
distinga
sus huellas en las aguas de cemento;
pero yo puedo ver brillar sus
cigarrillos
y escuchar sus risas de película de
miedo.
En el mar de Madrid, los barcos
extraviados
recogen las velas y echan el ancla,
y en sus cubiertas se oye de madrugada
la música artificial de los dedos de
una máquina,
y en susurros se confía la amistad
como intercambio
de tarjetas entre hombres de negocios.
En el mar de Madrid todos somos
camaradas,
y cantamos al unísono sonatas
sobre el tanga de las tías que lo
enseñan
con los ojos empañados de lujuria
y en la boca un cargamento lleno de impertinencias.
Cuando los barcos arriban en Madrid,
se quitan lo que llevan y lo echan a
las aguas,
y si enciendes una vela entre las manos
puedes ver olas de peste y ropa sucia,
y de pequeñas almas grises flotando
descarriadas.
No, nadie se ha dado cuenta todavía
de que en Madrid hay un mar de
oscuridad,
pero yo puedo verlo frente a mi balsa,
como una enorme mancha incestuosa,
como un charco de sus dueños
abandonadas almas,
de vómito y de bolsas de basura.
En el mar de Madrid siempre es de
noche,
y todos pasamos miedo si no nos
liberamos
de nuestras pesadillas como los demás
hacen.
Miedo a la soledad, miedo al fracaso,
esa es la peor tormenta que nos hunde,
y poco a poco abandonan nuestra nave
hacia luces de colillas y música de
máquina,
hacia esas cubiertas en que antes
al llegar nadie quería formar parte.
A veces veo lumbres navegando ante mis
ojos,
y me pregunto si serán balsas como la
mía,
balsas perdidas, balsas a disgusto,
balsas con alma y cuerdas de
instrumento
y pido auxilio en medio de esta noche
y pido por favor,
que alguien venga y la denuncie.
JC