Nuestros caminos son los mismos que la
cruzada de las gotas al resbalar en el cristal. El sacrificio ciego
de más de su mitad por una estela de agua condensada. El aroma de
las flores que admiramos no es más que un pedazo ya desprendido de
sus pétalos, partículas condenadas a perder contra la gravedad. La
lluvia es nube que muere y se estrella contra el suelo, no sin antes
llevarse todos los demás naufragios. Y el buitre más grande de los
cielos se llama noche; y le encanta alimentarse de la luz.
La vida no es vida sino pérdida, desde
el primer momento. Desde la primera estrella que se quemó a sí
misma para poder decir “mira qué bonita soy”. Para vivir, hay que matarse
lentamente, esa es la regla más dura de la vida que, cómo no, no es
regla sin contradicción. Y a cambio de esta fecha de caducidad solo
nos da una cosa: el sentimiento de haber sido gota, y lluvia, y flor,
y estrella... De ser la nota que tarde o temprano dejará de vibrar en la fibra de sus cuerdas, pero que sabe que, sin ella, no hay música.
JC