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jueves, 29 de diciembre de 2016

Ideas incendiadas.

Llevo besos cortados en la frente
e inherentes unos labios que se afilan;
llevo ideas incendiadas por la espalda,
un torrente de lava que se apaga
y sueños que desvelan el papel.

Ahora que la tinta prende con la vigilia
hay miedo de que quemen las palabras;
no me duermen las letras que me arden,
duermen los nombres y los sellos
que las velas ciegan sin llegar a firmar.

Esta noche, las ascuas enemigas
van al cortafuegos que perfila la aurora;
un poema palidece con el alba.
Tus versos, rociados por la espalda,
la idea que se incendia y no calienta.


Akai. JC.
Poema a dos manos.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Volvemos a desencontrarnos

Volvemos a desencontrarnos
volviendo a una casa, no a casa,
volviendo a lo pasado
y a lo que no ha pasado.
Yo, tú, ella, una misma,
siempre juntas, una sola.

Me duele el cuerpo que falla,
la ausencia que sonríe por la espalda,
la carencia que carece de rostro
hasta para encararse.

Me duele no poder enfrentarme
a lo que ya no existe,
y que yo no exista para nadie,
y que nadie me enfrente, cara a cara.

Me falta alguien, tú, él,
ellos, otro hombre.

Me falta el cuerpo contrario,
cuerpo, noche a la que empujarme,
mente que me llame
y me cambie de nombre.

Me desencuentro de mí,
me huyo, me marcho, me niego


y aquí sigo.



JC

martes, 29 de noviembre de 2016

El poema

¿Qué perro no ha tratado con empeño
de nadar a contracorriente
para salvar a su dueño?
¿Sabe mi mente que no puede tenerte,
a veces ni en sueños,
por mucho que lo intente?
¿Es acaso un suicida
que busca, con más error que acierto,
el alcance de una bala perdida
porque es más vida un efímero momento
de tu roce directo que un anhelo eterno?


Jack.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Quiero caminar a solas por el mundo.

Me muevo en el espectro límite de la luz,
en el iridiscente incierto
que perfila las curvas de la tierra;
no sé si estoy viva o muerta,
pero llevo agrietada una sonrisa
que esculpió la noche helada de Castilla.

He colmado mis ojos del verde
de las charcas traicioneras de Bécquer,
y he interrumpido los duelos de miradas
que se dirigían entre dos montañas
a través de la llanura, frente a frente,
por llevarles el velo crepuscular del alma.

En mi pecho fibrilan los relámpagos
como en el interior de una catedral
y cuando me sacudo en sueños el mismo
cielo se apaga para dejarme descansar;
                   ¿has visto tú la oscuridad total, has soportado
                 el cuerpo de la atmósfera tirado sobre el tuyo?

No siento ya la lluvia, el viento,
ni el paso del tiempo; mi amor es viudo siempre
y no existe tan larga la centuria de un árbol
como para poder llegarme a conquistar.
Pero las piedras me arrullan desde el suelo
llamándome a que vuelva a su lugar.

No sé quién soy ni quién he sido,
dejé mis recuerdos arropando a los pájaros
y la ropa para caminar cruda, desnuda,
por la sonrisa del mar, por los páramos
en los que se sucede, rocosa y dormida
la espalda de un gigante colosal.

No tengo miedo a nada, ya ni siento,
la risa es caricia, llorar no significa; ni lamento
si bailo con los pies en los incendios
y me miro en los charcos de recuerdos
con gracia de niña, con mueca de diosa
deseosa de rasgarse, romperse a la mitad.

Solo camino, espero, ansío,
a solas por el mundo, contemplando
a las estrellas distanciarse como viejos amigos,
cómo envejece el océano, el tiempo,
cómo destiñen los últimos crepúsculos,
cómo todo se acaba, cómo deseo que llegue su final,


                                  cómo muerdo la muerte, cómo duele soñar.

JC

domingo, 13 de noviembre de 2016

Eterno instituto.

Me gustaría quedarme aquí sentada hasta mucho después de que el timbre dejara de sonar. En un Universo en el que las cosas no fueran como son, sino como deberían ser, recibiría yo entonces una clase privada. ¿De qué hablaríamos? No lo sé. ¿Qué es lo que no sabes de mí, después de haberte aprendido los rasgos inconscientes de mi letra? ¿Durante cuántos meses más se te quedarán almacenados en la memoria los ángulos de esa grafía, inutilizando parte de tu paciencia? Tú destruirás las carpetas dentro de dos años, yo tendré que convivir con la marca de esta mano toda la vida.
                Como ya sabes, yo no la elegí. Me gustan tu letra y la de otros profesores porque han aprendido a luchar contra sí mismas. Se han estilizado tanto con la insistencia del uso que ya no decodifican, no se leen, han anulado lo que quieren decir porque se desprecian. Con el tiempo, la mía también se volverá así; al principio no me daré cuenta, y finalmente no la entenderé. Será una victoria triste e inevitable. Ahora, mi letra quiere decir exactamente lo que lee, y se lee tan fácilmente que resulta bochornoso. Tú te llevas mi letra a casa todos los días, tienes que saberlo.
                ¿De qué hablaríamos? Sigue siendo una pregunta difícil, quizás por eso precisamente no vayamos a hablar nunca. Del resto de compañeros y de pupitres depende que esto siga funcionando. Profesor y alumno no deben encontrarse como personas. Tendrían que enfrentarse entonces a un silencio ilustrativo de su mutua ignorancia, a la incompatibilidad de una suma de incógnitas, al margen de la página. Sí, que se encontraran sería un poco como caerse en el margen en blanco entre dos páginas, en el vacío ingrávido de la sinrazón, en la espera angustiada entre una canción y la siguiente. Hablar contigo a veces es como intentar mirar a la vez todo lo que ocupa el campo visual, o imaginarse dentro de uno el infinito.
                Sin embargo, debo insistir. Tengo que hablar contigo, porque es posible que yo haya caído ya en la situación que acabo de mencionarte. Precisamente, mi problema es que no tengo ya nada que decir; al respirar, me agobian los espacios en blanco, cada pausa microscópica reverbera en mi pecho como en una caja de madera. Estoy tan vacía que me identifico con todas las entradas del diccionario, y me emociono si entreveo cualquier intención sincera en un sistema poético. Me levanto como si cada día fuera un manifiesto, y tardo en dormirme porque espero descubrir algo que desconozco. En un segundo, me pregunto por la contingencia del siguiente, y me imagino infinitud de potenciales. Tu tutela ha alcanzado el ideal de la perdición absoluta.
                Si te pido esto es porque me parece realmente importante. La gente acostumbra a hablar de manera despreocupada, las palabras no son cartas para ellos, aunque a veces compongan algo parecido. Por el contrario, como ya habrás intuido por el tema ya zanjado de mi letra, cada cosa que digo tiene un resultado. Decir algo es crearlo, y en ese sentido no puedo sentirme más asustada por estar hablándote finalmente de esto, de que quiero hablarte. Me gustaría no hablarte de mis problemas porque eso significaría que no existirían; aunque, paradójicamente, ningún demonio muere hasta que no lo nombran. ¿Qué otra cosa podemos hacer? ¿Desaparece algo cuando se lo calla?
                Lo más probable es que al final no me atreva a pedirte nada y que la última noticia que tengas de mí es que entré de la Universidad. Pasé de unos archivos a otros, me cambié de clase, encontré otro profesor o profesora. Después de dos años, repito, destruirás mi letra, y tu ciclo se habrá completado. Pero estás muy equivocado. Mi letra te la llevarás siempre. Tu nombre estará escrito en este mensaje, ligado inevitablemente a estas vocales, estas consonantes torcidas y ridículas, secuestrado, impunemente utilizado y esposado en la grafía pueril de esta mano que sufre. Tú nunca me enseñarás nada que no tuvieras que enseñarme, pero serás el responsable de la duda, del miedo, de la nada. Tú no lo sabes, pero por ti he tenido que hacer frente a mis demonios. Dime si no cómo se aplica Foucault a mi novio, o cómo puedo dormir con los planetas dibujando mosaicos por debajo de mi cama. Qué hago con todo este amasijo de cosas que ahora no puedo olvidar; dime, qué hago con las tres leyes de la termodinámica, y con Clara Campoamor, y con el Nevermore. Qué se supone que debo pensar mañana, cuando me despierte,  del óxido que broncea mi cuerpo, y, ¿cómo puedo aguantar la incertidumbre del Principio, por favor, solo con dieciséis años? ¿Sabes que lloré cuando Franco no traspasó Valencia?
                Solo te pido un poco de responsabilidad. Que me digas qué diría Platón sobre mi vida. Qué debería hacer con las noches en las que lloro hasta quedarme dormida, cuando la soledad se me atraganta y mi cara vuelve a parecerme una broma pesada. Qué hago con mi futuro, con el trabajo que me espera a miles de kilómetros de distancia, con mi nacionalidad, con los amigos que tuve y que no tuve. Por favor, por ti me enfrenté al amor todos los días, cuando entraba en clase y ahí estaba, pesando como otro nombre en la lista. ¿Llegaste a intuir lo difícil que era ese nombre, lo difícil que era el mío? Pasé por eso por tu culpa, ¿qué tendré gracias a ti? ¿En quién debo pensar cuando se me acaben las novelas de Jane Austen? ¿Qué haré cuando llegue mi verdadera mayoría de edad, cuando tenga que afrontar la desaparición de mis progenitores? ¿Qué haré con el aula que permanecerá, intacta e inmutable, dentro de mi cabeza?
                ¿No vas a enseñarme nada más?

                Supongo que en esto consisten todos los nombres de mis apuntes. En acabarse fuera de la enciclopedia. Sin embargo, será casi imposible que mi vida acabe escrita en ninguna parte. Nadie recordará la tuya, tampoco. Solo tenemos nuestras letras, entonces. Si al menos tuviera una nota tuya, estaríamos en igualdad de condiciones.

JC 

viernes, 17 de junio de 2016

Sábanas

Te acuerdas de cuando nos metíamos debajo de las sábanas para jugar con las luces de colores que se filtraban, que desvelaban los trabazones del algodón; con la misma mirada microscópica que estudia las alas de una mariposa. Y la luz era rosa, azul, amarilla, verde; llovían flores. El cielo estaba tachonado de flores, colmado de pétalos de papel, y respirarlo era como ahogarse, intentar traspasar los hilos invisibles de la colcha, llenarse la cabeza de burbujas, dejarse el pecho aplastado de aire. Cuando emergíamos todo parecía de mentira, la mesa, el cuarto, les faltaba color. Te acuerdas de cuando pasábamos tardes enteras tumbados en el suelo, viendo los muebles del revés, solo para que el silencio nos aplastara, y nos llevara, nos llevara a donde fuera, pero fuera de allí. Era un silencio desesperado, un silencio tan vacío que no tenía silencio, no tenía nombre, no tenía razón, solo era ausencia de otra cosa. Y cuando nos veían hablar sin cesar, y reír, y se preguntaban qué hacíamos todo el día el uno con el otro, si ya lo sabíamos todo; bien, pues estábamos callados, no hacíamos nada, nada, eso no se lo imaginaban. Te acuerdas de que no conocíamos a nadie más, no teníamos más amigos, se reían de nosotros y ni siquiera les oíamos, sus carcajadas estruendosas eran como aleteos de pájaros sordos para nosotros, ni siquiera sabíamos quiénes eran esas personas. Te acuerdas de cuando nos llamábamos por nuestro nombre tantas veces que probamos a responder con el del otro, y lo repetimos tanto que empezaron a sonar extraños, de otro idioma; se convirtieron en una masa de fonemas desconocida, impronunciable. Te acuerdas de cuando no teníamos nada que contarnos y solo hablábamos de lo que imaginábamos, eso era lo mejor, lo que temíamos, lo que deseábamos, lo que podría haber pasado y no pasó, lo que debería pasar, acabamos viviendo en subjuntivo o en algún punto extraño en que pasado y futuro coincidían, debajo de sábanas de colores. Te acuerdas de que llevamos tanto tiempo sin escribir en primera persona del plural que leerlo te parece injusto; sí, es injusto que el maldito autor siempre tenga palabra, persona y tiempo para quejarse mientras el lector permanece ahí, recibiendo, sin plurales que le incluyan, la soledad del lector es la peor. El escritor puede escribir “nosotros” cuando le dé la gana.

JC

miércoles, 24 de febrero de 2016

Incongruencias.

Pobre azul que de tan manchado
ya no quiere ser azul sino naranjado.
Pobre rojo que no se sabe rojo
y le gusta el naranja, verde y morado.




Jack.

lunes, 25 de enero de 2016

Ayer, hoy y mañana.

¿Has visto pasar al pasado?
¿Ha llegado el futuro?
Dicen que del presente ya se ha marchado,
que el tiempo es inseguro.
Que no queda constancia de encuentros apasionados
y la distancia ahora son muros.
Que lo eterno es una mancha
en un tapiz mojado...
Que se acabó la guerra y no hay revancha.


Jack.