Vivimos con una bestia dentro de
nosotros mismos.
Parecemos tan templados, tan fríos,
tan elegantes, tan recatados, tan razonables, tan estables; y es
irónico, estando sujetos como marionetas por las zarpas de un
animal. Latidos, los débiles ronquidos de este ser que duerme, que
duerme tanto como para hacer que nos permitamos el lujo de pensar
que ya no existe, que ha decrecido, que es un cachorrito recién
nacido.
No importa cuán larga parezca la
noche, no es noche sin alba que acabe con ella.
No te esperas que despierte, pero
ocurre. Y sus uñas desgarran de arriba abajo el guión que tenías
hecho de ti mismo, dejándolo hecho jirones; carga contra los
cimientos de tus razones hasta hacer de ellos escombros entre las
lágrimas; levanta en su carrera la arena que te araña la
garganta; derrumba las bóvedas que ordenan los pasillos de tu alma.
Escucha cómo ruge, cómo salta, cómo
araña, cómo duele, cómo lucha empujando tus costillas para salir
de lo más profundo de ti.
Siéntela.
¿No es maravillosa?
JC