Busca en este blog

martes, 24 de diciembre de 2013

Mística.


Recuerdo cuando era niña y me quedaba mirando el campo. Solía hacerlo cuando volvía de casa de mis amigas, en la misma calle. Caminaba por la acera – era mejor si hacía frío – y me perdía esquivando las hojas de los chopos en la noche, divagaba hacia las luces de la autopista. Me imaginaba corriendo por esas parcelas olvidadas, totalmente a oscuras, completamente helada. Soñando que quizás había algo al otro lado, detrás de las luces de la carretera; soñando que, tarde o temprano, oiría el rebuzno de un caballo y sentiría su cálido aliento frente a mi sombra. Y podría montarlo, e irme lejos, y encontrar cosas maravillosas, como en los cuentos. Pero nunca llegaba a esbozar esa parte: me detenía en la imagen de mí misma corriendo, libre, hacia algún sitio...

Han pasado muchos años desde entonces, pero no he perdido esa costumbre. Salgo a correr por caminos empedrados, y paso por debajo de la circunvalación, dejando atrás las luces de la carretera – que en esos momentos están apagadas, porque es de día – para poder mirar esas parcelas olvidadas sin nada que las oculte, abarcar con los ojos su máxima extensión, ver cómo lamen la falda de La Mujer Muerta. La cúpula de nubes, como una enorme ola que choca y araña una orilla que no tiene fin, sobre mis pestañas. El aliento gastado de una carrera, los brazos desnudos y en cruz, aun pasando vergüenza. El viento furioso y desatado en campo abierto luchando contra cada uno de los poros de mi piel. La lluvia dolorosamente fría empapando mi alma hasta los pies.
Y en medio de esa demostración natural, sentir graciosamente que no eres nada ni nadie, a penas una exhalación en la vida de esa montaña. Y que te crezca como un vacío en el pecho, como un anhelo de deshacerte de ti misma, para poder arreciar en esas laderas, como la lluvia... Para ser como ellas, para ser lo más puro, lo más eterno, lo más verdadero, para esparcirte entre las hierbas como rota en mil esquirlas que corten la tela del tiempo.

No soy más que una parte ínfima, que un alma condenada a observar toda la belleza que ella misma no posee, a sufrir su perennidad entre la eternidad de lo que la sostiene, a saborear lo que ella nunca podrá llegar a ser.
Qué condena más dulce, la de ser una gota que salta del mar para poder mirarlo, y luego volver a caer.
Qué misión tan maravillosa.

JC

viernes, 20 de diciembre de 2013

Entre lagrimas y besos.

A la incertidumbre de un silencio,
de  esos etéreos y eternos,
Le penetró un recuerdo.
Seguido de buenos y malos momentos.
Una sonrisa , un lamento,
miradas, deseos, miramientos....
Y entre ese ajetreo y tanto pensamiento
Te encontré a ti.
Entre lágrimas y besos.



Jack.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Lluvia.

Llueve, llueve intensamente.
Pero hoy no llueve en la calle,
ni tampoco en mi habitación.
La lluvia golpea fuerte en mi mente,
y el que se inunda es mi corazón.
          ¿Por que?
Quizás no haya razón alguna.
O quizás sea esta hambruna
de sentimientos y calor.



Jack.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Eres tú.


Vivimos con una bestia dentro de nosotros mismos.

Parecemos tan templados, tan fríos, tan elegantes, tan recatados, tan razonables, tan estables; y es irónico, estando sujetos como marionetas por las zarpas de un animal. Latidos, los débiles ronquidos de este ser que duerme, que duerme tanto como para hacer que nos permitamos el lujo de pensar que ya no existe, que ha decrecido, que es un cachorrito recién nacido.

No importa cuán larga parezca la noche, no es noche sin alba que acabe con ella.

No te esperas que despierte, pero ocurre. Y sus uñas desgarran de arriba abajo el guión que tenías hecho de ti mismo, dejándolo hecho jirones; carga contra los cimientos de tus razones hasta hacer de ellos escombros entre las lágrimas; levanta en su carrera la arena que te araña la garganta; derrumba las bóvedas que ordenan los pasillos de tu alma.

Escucha cómo ruge, cómo salta, cómo araña, cómo duele, cómo lucha empujando tus costillas para salir de lo más profundo de ti.



Siéntela.


¿No es maravillosa?

JC

sábado, 9 de noviembre de 2013

Mentes abandonadas.

Es como cuando vas a una casa abandonada. Es obvio que hasta que tú entras, está solitaria esperando que la habiten. Pero cuando pasas es diferente. A medida que vas accediendo por cada habitación las llenas morbosamente con fantasmas, monstruos,  y demás historias que la pueblan y que en su mayoría no han existido.

Lo mismo pasa con las mentes muchas veces. Después de tanta soledad, al habitarse se van poblando de monstruos, monstruos que en realidad no existen. Pero no por ello son menos fieros.



Jack.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Me recomendaron el uso de la tercera persona.



Y ella se ha vuelto a quedar sola, ha vuelto a encender y a apagar su lamparita, ha vuelto a reflejar una luz intermitente en sus cortinas. Como si eso pudiese divertirle, como si pudiese jugar con Edison.

Se ha quedado retenida en las gotas de agua y cloro que descienden por su espalda, en las semillas que vuelan después de soplar un deseo. Se ha quedado embelesada en ese beso de sol, en ese que empieza cuando se pone a la altura de sus ojos y termina cuando acaban de caer todos los crepúsculos. Ella se ha quedado colgando de las notas de los grillos y se ha sepultado en un féretro de lluvia de tormenta. Ella se ha quedado, esperando, otra vez...

A una luna que la recoja de madrugada y la lleve directa hacia el invierno. Sola, en el arcén de una carretera olvidada de asfalto aún humeante. Con una maleta llena de secretos y de folios que aspiran a ser novelas.

Y no se da cuenta de que ella no es la que espera, sino que la esperan a ella misma. Que no se resigna a aceptar que acabe ese beso de sol y que, para salir de ese féretro de lluvia, tiene que mojarse.

Así que sigue apagando y encendiendo su lamparita, con el eco de su voz revoloteando aún en sus oídos y el regazo dispuesto a recibirle, aun a sabiendas de que va a llegar tarde, de que le faltan, todavía, tres estaciones...

JC

viernes, 13 de septiembre de 2013

Navegar en un mar, sin rumbo.

En el fondo de un mar [ahora] en calma
se divisa el reflejo de una luna.
En él navega mi perdida alma,
buscando, no se dónde, fortuna.

No hay timón para guiarme,
solo una triste veleta.
Así que dejo que me guíe el aire,
esperando no hallar mas islas desiertas.


Jack.

viernes, 2 de agosto de 2013

Todos somos Dorian Gray.


El escaso pelo blanco, sin peinar, deja al descubierto la mayor parte de un cráneo envejecido, con manchas, y se permite caer en dos largas patillas junto a las sobresalientes orejas. Le miras las manos a ese pobre diablo, y ves que la piel ya cuelga de ellas de forma flácida, pálida, y que incluso la pelusa que las recubre es también canosa. Te imaginas tomando esas manos y, al punto, un escalofrío sacude tu columna. Su columna.

Pobre, pobre y viejo diablo. Sentado en una silla, con un elegante traje negro que parece más bien un disfraz. Como los ridículos impermeables que les ponen a los perros. La piel que esconde ese traje ya no sabe ni lo que la está cubriendo. No hay hombre en esa silla al que se pueda trajear. Su carne informe apenas puede sostenerse bajo la ropa, y se va cayendo silla abajo, como derritiéndose, como se escurre el magma bajo nuestras sólidas aceras. Es todo apariencia.

Sonríe, todavía tiene dentadura. Quiere hablar contigo, y lo hace con una voz sorprendentemente joven, aunque avinagrada. Te cuenta muchas cosas, pero no recuerdas una palabra. Solo sientes cómo el miedo emerge desde una semilla en tu estómago, y crece como se despereza una enorme serpiente, solo que dentro de ti. Y echa unas ramas desnudas y deshojadas que azotan y se meten entre tus costillas, y te arañan por debajo de la piel, hasta que envuelven tus pulmones y te asfixian. Mientras tanto, sus ojos saltones, azules, inyectados en sangre, mantienen presa a tu mirada de la suya. La angustia llega a la altura de tu corazón, pero no se digna a tocarlo, porque está sucio, viscoso, empapado, es venenoso incluso hasta para su veneno. Por un momento, deseas que esa serpiente y ese árbol que te ahogan se lo coman, lo estrujen, lo destrocen, para no sentir un latido más, una campanada más que sacuda los lagos de ponzoña de tu cuerpo.

Pobre, pobre diablo el que te mira.

De una patada, rompes el espejo, y en cada fragmento y esquirla, como en miniatura, ves al viejo levantarse y marcharse. Ya no está, ya se fue. Mientras recuperas el aliento, te estiras las mangas de la camisa y revisas sus gemelos. Acaricias tu traje negro para sacudirle el polvo y te levantas. Te habría gustado abrazar a ese pobre diablo, quitarle su disfraz, cortarle el pelo, meterle en la bañera, y cuidarlo, y convertirlo en un anciano dulce y filosófico. Pero, cada vez que piensas en tocarle, un escalofrío sacude tu columna. Ya es tarde, piensas. No merece la pena. No es real.

Tu cuerpo está perfectamente. Terso y joven. Y tu alma está encerrada en él, y no se ve, no es cosa suya. ¿Por qué aún tienes ganas de echarte a llorar como un niño? ¿por qué aún ves arrugas en tus manos, por qué ves aún tu alma desgastada en cada espejo?

Te mueres, lo sabes. Te estás matando tú solo. Alma y cuerpo, caricias y manos, cielo y alas. Inútiles los unos sin los otros.
Pero tú sigues pensando que son dos cosas distintas. Y cuando la voz de tu conciencia termine de envejecer y de morirse, y se apague, los latidos de tu corazón seguirán sacudiéndote, no te preocupes. Estarán ahí, como el eco vacío de un túnel solitario; como el apagado murmullo de un vagabundo en una noche de invierno; como el silbido constante de una máquina que alguien ha dejado encendida inútilmente.

JC



miércoles, 31 de julio de 2013

Un día triste.


 Joaquín Alonso llegó a la parada de autobús dos minutos después de que comenzara el aguacero de verano. Ésta parecía ser muy antigua, con un techo de viejas tejas rojas y un banco de piedra adosado al pequeño muro. Llevaba arrastrando los vaqueros, y ahora la humedad había trepado por ellos desde el suelo hasta las rodillas. Con un soplido de cansancio, cerró el paraguas.

En ese momento vio a una joven sentada en el extremo del banco. Llevaba puesto un vestido beige con un estampado discreto de pequeños motivos florales. No se había mojado. Su rostro se volvía hacia la izquierda de la carretera.

Joaquín se remangó la camisa para poder mirar su reloj digital. Llegaba cinco minutos tarde.

- ¿Ha pasado ya el número tres? - preguntó, acercándose a la chica.
- No, todavía no. Yo también estoy esperándolo.
- ¿El de Oviedo? - inquirió Joaquín, extrañado. Era un trayecto  largo el que pasaba por aquel pueblo de la provincia Madrid, pero la joven no llevaba equipaje. Temía haberse equivocado al mirar el número del autobús en la página web de la compañía de transportes.
- El mismo.

Alonso se encogió de hombros, como tantas veces había hecho en la vida. Quizás aquella chica planeaba escaparse de casa. En cualquier caso, le era indiferente. Se preguntó si le daría tiempo a fumarse un cigarrillo, y finalmente decidió sacar el paquete de tabaco.

Pasaron el cigarrillo y quince minutos y el autobús no venía. Joaquín Alonso, junto con su maleta, esperaba en el otro extremo del banco. Su mirada, perfilada de arrugas suaves y recién aparecidas, se hallaba perdida en el campo que tenía en frente, en el pueblo rural que dejaba tras de sí, para siempre. No sentía tristeza ni melancolía, simplemente le encantaba observar el verde recién bañado, degustar el olor a tierra mojada...

Pensando en verde bañado, escuchó un sollozo a su izquierda. Sorprendido, vio de reojo cómo la joven había empezado a llorar. La pobre chiquilla, con las manos temblorosas encerradas en guantes de tela granate, a juego con el estampado, sacó un pañuelo de su pequeño bolso y enterró la cara en él.
Joaquín Alonso volvió a encogerse de hombros, como tantas veces había hecho en la vida, y sacó su teléfono móvil del bolsillo para entretenerse. Tenía un sms en la bandeja de entrada que no tardó en contestar:

“No pasa nada, tío. Son cosas de la vida. No te preocupes por mí, estoy de puta madre. Esta noche ya estoy allí.”

Suspiró y se encendió otro cigarro. Veinte minutos después, la joven ya no sollozaba, pero sus ojos verdes seguían recién bañados en lágrimas.

- ¿Estás segura de que no ha pasado? - se atrevió a preguntar.

La chica asintió.

Joaquín Alonso se estaba poniendo nervioso. No sabía cómo actuar. Seguía lloviendo. Se sentía atrapado entre tantas gotas de agua, tanto fuera como dentro de la parada... Finalmente se puso en pie, algo torpe, y se acercó a ella.

- ¿Te encuentras bien?

La joven negó con la cabeza, todavía con el rostro vuelto hacia la izquierda de la carretera.

- Se me han acabado los pañuelos. - respondió.

Alonso tumbó su maleta sobre el suelo de cemento, la abrió y sacó otro paquete de pañuelos para ella.

- Gracias.
- De nada.

Se quedó allí de pie, indeciso.

- El próximo autobús no pasará hasta dentro de tres horas. - le informó, por primera vez, sosteniendo su mirada. El rímel se había mezclado con las lágrimas al borde de sus ojos.

Joaquín resopló, conteniendo una palabrota. Tres horas. ¿Qué demonios iba a hacer? Ya no podía volver a casa.

- No importa. - dijo agriamente, y se sentó a su lado.
- Supongo que no. - coincidió la chica.
- ¿Cómo te llamas?
- Paula.
- Encantado.
- Igualmente.

Paula se quedó observándole detenidamente, como si antes no se hubiera percatado de su presencia. Un pelo castaño se había quedado enganchado en la comisura de sus labios tristes.

- Ya que no tenemos nada que hacer, podrías contarme por qué llorabas. - propuso Joaquín Alonso, con una sonrisa amigable en la cara.
- Es una historia muy larga.
- Tenemos un rato muy largo.

Paula sonrió, pero su mirada verde seguía bañada en lágrimas.

- ¿Acaso entenderías algo?
- Soy arquitecto. Creo que algo podría entender.
- ¿Cuántos años tienes? - preguntó ella.
- Treinta y tres.
- Demasiado mayor para entender. - comentó Paula, divertida.
- No veo por qué. - contestó Joaquín, algo perplejo.
- Porque seguramente hayas pasado los años del fracaso. - respondió la joven.
- ¿Los años del fracaso?
- Los años en que todos los sueños adolescentes se derrumban y se rompen, partiendo con sus esquirlas a cada uno el corazón. Los años en que aparecen en este escenario universal por primera vez el conformismo y la resignación, el escepticismo y la vulgaridad, para aquellos pocos poquísimos que no han nacido ya con ellos, tan grandes defectos.

Hablaba tan claramente, disfrutando tanto cada palabra, que a Joaquín se le antojaba como si la chica estuviera leyendo en voz alta su libro favorito, sin un titubeo, sin trabarse nunca. Las palabras deberían tratarse siempre así, pensó Joaquín. Con cuidado, por si las caricias que las hacemos se convierten en arañazos. Desnudándolas, cariñosamente, armonizándolas, invocando su belleza y la complejidad de sus significados.

- Pues por cómo lloras, juraría que a ti te acaban de partir el corazón. ¿Es este el comienzo de tus años del fracaso? - arguyó Joaquín, un poco a la defensiva, pero sin contradecirla.
- ¿De verdad crees que quien ha inventado el término “años del fracaso” puede acabar cayendo en ellos? - Paula negó con la cabeza. - Mi historia es más compleja y más interesante que la de las amarguras de los adultos.
- Te escucho.

Y vaya que si escuchó. Las agujas de su reloj giraron y giraron, sin que él apenas se percatara. Sólo existía el espacio entre sus temblores de voz al contar la triste historia. Joaquín Alonso nunca olvidaría aquella tarde, atrapado entre gotas de agua, en verde recién mojado, en atmósfera de tierra húmeda. 

Cayó la noche, y por fin, el autobús número tres surgió de entre la oscuridad.

Paula se levantó y se puso a estirar su vestido. Con una sonrisa de inmensa alegría, se acercó a la puerta del autobús. Antes de que ésta se abriera, se volvió por última vez hacia Joaquín Alonso:

- ¿No vienes?

El hombre negó con la cabeza, incapaz de deshacer el nudo que tenía en la garganta.

- Que te vaya bien. - le deseó la chica.
- Igualmente. - consiguió responder.

Joaquín Alonso se quedó media hora mirando hacia la derecha de la carretera, allá donde el vehículo había desaparecido. No, no se iría con él.

Se levantó, sacó su paquete de tabaco, lo aplastó y lo tiró a la carretera. Ya no volvería a necesitarlo. Después reventó la piedra del mechero y también lo tiró.

Borró todos los sms de su bandeja de entrada. Volvería a casa. Le diría a su recién adquirida esposa que ya no iba a marcharse. Que había cambiado de idea. Quizás, si le contaba aquella larga y triste historia, le perdonara.

Solo tenía que empezar su vida de nuevo. Volver a empezar, sin caer en esos años de fracaso.

JC

miércoles, 17 de julio de 2013

Perdido.

Estar perdido en un laberinto.
Por cada pasillo un sentimiento.
No sé ni donde ir, ni de donde vengo;
Ya no sé ni por qué existo.
Me persiguen mil lamentos:
si me paro, me hundo de nuevo.
Solo puedo seguir recto,
perdido, entre estos muros.



Jack.

jueves, 4 de julio de 2013

Hoy.

Hoy este día de verano
se convierte en otro de invierno.
Hoy he perdido, en vano,
todas mis ansias de sueños.
Hoy te he soltado de la mano.
Hoy te dedico estos versos…


Jack.

viernes, 28 de junio de 2013

Los escritores platónicos



Vivo como en una especie de mundo de ensueño, y todo lo que es ajeno a él pasa como una sombra por debajo mis pasos. La gente dice que debería leer menos, y escuchar más, y pensar menos...
Pero si lo que veo son sombras, lo que escucho son necedades. Si Platón levantara la cabeza, y viera todas vuestras Ideas atrapadas... En este mundo de sombras... 
Jamás he visto una bandada de pájaros que se empeñara en hacer elipses pudiendo girar en círculos. Aunque si los pájaros alguna vez poblaron vuestra cabeza, desde luego no quedan más que sus huesos entre el serrín.
Hemos perdido la conciencia de lo inmaterial y nos hemos quedado aquí. La mayoría de la gente no sabe ver más allá de sus propias narices. Cualquier intento de conversación trascendental se disuelve en el aire tan rápido como ha aparecido, y es una pena, porque la expresión de las Ideas no sale de nuestra cabeza. Y si no las desprendemos de nuestros labios, entonces, ellas no pueden echar a volar. “Tanto cielo para tan pocas alas...”*
Ya decía Sócrates que la democracia es el fracaso del diálogo, y si nuestra democracia está podrida, quizás nuestro diálogo haya muerto. Y quizás vuestras almas, según Platón, estén amnésicas, porque no reconocéis a la verdad ni aunque os la pongan en bandeja.
¿Cuánto tiempo hará falta para haceros comprender que este enfoque pragmático que le damos a todas las cosas no está sino haciéndonos tan perecederos como ellas? Todo a lo que aspiráis está a la misma altura a la que puede llegar el polvo con una ráfaga de viento. 
Porque no entendéis que no podéis no morir solos sin creer en el amor, que no podéis dar abrazos sin defender la lealtad, que no podéis disfrutar de este mundo sensible sin conocer el Ser. Estáis intentando plantar un árbol, y no se os ocurre otra cosa que empezar por las hojas... 
Tal vez deba ser así. Tal vez por eso Platón se quedó a un lado, porque se sentía solo en su mundo inteligible. Porque si no hubiera habido hiato entre el Devenir y el Ser, él no se hubiera derrumbado. Me pregunto qué pasaría si cada uno de nosotros fuéramos conscientes de nuestra propia Idea. Si las almas no estuvieran tan amnésicas, tal vez podríamos mirar más alto, salvar esta enorme distancia. Defender lo que soñamos y en lo que creemos. Hacer que se extienda lo que pensamos, para que las Ideas no tengan que caer de arriba, y seamos nosotros los que ascendamos.
Porque yo no creo en ese hiato. Aunque no seamos más que un reflejo del Ser, parte de allí me pertenece, y yo me atrevo a usarla. Puedo reconocer la Idea del mal y luchar contra ella, imponer la mía propia, aunque esté atrapada en este mundo de sombras. Solo tengo que identificar la silueta de la del enemigo.
Si cada Idea tiene una proyección, no tengo más que descifrarla.
Así que lee, piensa, no escuches. Camina por encima de estas sombras, libera las Ideas con tus palabras, para que se aproximen al cielo, extiendan sus propias alas. Azota la bandada que se esconde en tu cabeza, aspira, ambiciona, divaga. Sé tan inmortal como lo que piensas y ansías, fúndete con esta página. 
No todo es tan lejano como creemos. Y es que la gente opina que el amor es para las películas, y las pasiones, para las obras de Shakespeare. La amistad eterna que tanto ansiamos, según ellos, solo existe en los libros, y la valentía que se gana nuestras ovaciones, en los cantares de gesta. ¿Pero qué son estas películas, estás obras, estas canciones, sin sus personajes? ¿y qué son estos personajes ficticios sino Ideas que pudieron caer, y no lo hicieron?
La ficción es esa Idea que lucha en el Devenir. Por eso yo lucho cada vez que compongo estas palabras. Cada historia que imagino, cada personaje que creo, es una Idea que he hallado y que me empuja hacia el mundo al que, tanto ella como yo, pertenecemos.
Si siguen sin creerme, allá ellos. Yo, al morir, volveré junto al amor de las películas, y las pasiones de Shakespeare, con la amistad eterna propia de los libros y esa valentía en que se inspiran los cantares de gesta. Ellos existen más que yo, pero al menos, con cada palabra reconozco un concepto, y con cada concepto, me voy aproximando...
Por eso los escritores somos platónicos.


JC








* Verso de una canción de Nach, Verbo.

lunes, 24 de junio de 2013

Lo que siento.

Yo estoy bien. Yo siempre estoy bien. No siento, ¿verdad? Está claro, en mi nunca veis sufrimiento. Pues resulta que no puedo más. Quiero llorar y no puedo, quiero gritar y no puedo. Dejadme soñar. Dejadme tener sueños. Dejadme luchar por la libertad. Pero solo no puedo. No puedo luchar siempre solo. Necesito ayuda, sobre todo... Sobre todo en estos momentos de duda... Alguien que me ayude a discernir una luz... O una luna. 
Necesito agua porque tengo sed. Necesito fuego dentro de mi ser. Podría seguir escribiendo y escribir todos mis lamentos. Os acabaría aburriendo. Eso es lo único que hago, aburrir.
Como hace tanto ya me dijeron, ''no sirvo para nada, soy un inútil''. No sirvo para escribir, no sirvo para estudiar, no sirvo para amar... Ni siquiera para vivir.

Y yo quiero seguir al viento e ir aprendiendo de él. Pero está visto que no puedo, no sirvo para ello.


Jack.

jueves, 20 de junio de 2013

La vida.

La vida es un libro abierto,
que a veces solo se cierra.
Un libro que encierra dentro
mil y una historias y reyertas.

Movidas son cual veletas
en aras del viento
que fluye en el tiempo.
tiempo al que tiento
y siento fluir 
dentro de mí.

lunes, 17 de junio de 2013

Lejana.


Siempre quiero lo que no puedo abarcar. Es difícil, cansado, exasperante. Camino perdida, ensimismada. Soy torpe porque nunca miro al suelo, ni lo que hay alrededor de mí. Solo dejo de ser torpe cuando bailo, porque la música es lejana.

Lejana... Sí. Lejana como la silueta de las montañas y la forma de las colinas, que solo pueden apreciarse a distancia. Lejana como el cielo, eternamente separado de la tierra, eternamente contemplándola. La línea del horizonte se hace más larga según mires más lejos, y no puedo evitarlo, yo siempre miro al horizonte...

Lo quiero todo, lo ambiciono todo. Pero mi cabeza se ha perdido entre las nubes, y solo con cielo, no hay horizonte ninguno.

Tú eres diferente. Tú sabes mirar a tu alrededor, caminar atento, ser ágil. Y a la vez provocas música. Porque eres cercano, observador, detallista; puedes fijar tu mirada en cada gránulo, cada verde de las hojas, de los árboles, del bosque que precede a la montaña. Así lo demuestran los trazos que pintan tus manos de pianista.

Tú también lo quieres todo, lo ambicionas todo, pero en un sentido métrico, matemático, numérico, cuántico...

Tira de mis brazos, hechos de nubes, como tira el ojo del huracán de la tormenta; enreda mi nebulosa entre las animadas hojas de tus árboles; bájame, y tú, sube; conformemos cielo y tierra, provoquemos horizonte...

JC

martes, 4 de junio de 2013

Soñar por soñar


 La lluvia es la vida. Por eso hay gente a la que le escuece, y por eso se refugian bajo esos incómodos y aparatosos manojos de plástico con metal. Porque no quieren que sus rancias y finas cáscaras se empapen y pierdan la forma, y en cuanto llegan a casa se tienden a secar. Es peligroso que la cáscara se les resbale: puede que su anodina alma escape y su composición se mezcle con la del resto de la mediocre atmósfera.
Hay unas pocas personas que reniegan de esos inservibles manojos de hierro y tela artificial, y son aquellas que tienen un fruto dentro de la cáscara. A veces cuando empieza a llover, no huyen, y dejan que el agua les empape y les quite el rígido envoltorio que llevan puesto, desnudándolas, porque saben que dentro de ellos hay algo más que aire, y que no se van a disolver.
¿Alguien alguna vez se ha preguntado qué es lo que pasa cuando llueve? Siempre andamos mirando al suelo, para que no se nos moje la cara, o simplemente nos tapa la visión ese armatoste al que me he referido ya dos veces. En realidad, no sabemos lo que pasa cuando llueve, a no ser que miremos por la ventana, pero entonces solo vemos lo que siempre está a nuestro alcance, y eso es precisamente lo que carece de valor.
Yo creo que lo que pasa cuando llueve es lo que siempre pensamos que nunca pasa. Muchos alquimistas han buscado durante toda una vida la misma fórmula, y otros, durante esta, han estado peleando contra el tiempo por el oro, por los más divinos tesoros, por las mujeres más bellas y los más grandes hallazgos, y no reparan en que esa vida que gastan, esa vida que les hace falta, está en la lluvia. Si ellos supieran...
Cuentan que, una vez, hubo alguien que supo, un hombre que un día salió a la lluvia. Pero no se quedó en la ciudad, sino que siguió los caminos del ocaso, los mismos que Antonio Machado, y se dirigió hacia donde la lluvia siempre quiere caer, hacia donde el suelo siempre quiere recibirla.
Cuentan que ese hombre no dejó de andar bajo la lluvia hasta que todo lo que le rodeó fue de color verde. Al fin y al cabo, el verde es el color de la magia. El cielo, sin embargo, era una mezcla de blanco, de gris y de negro, y el negro se oponía al blanco, pero existía gracias a él, y ambos pasaban a ser gris, como bien decía Hegel, en armónica evolución.
Lo importante es que aquel hombre vio lo que pasaba bajo la lluvia, y os lo voy a decir, pero no me vais a creer.
La lluvia enlazó ese mágico verde a aquellos grises idealistas, y el hombre pudo ver cómo el cielo se inclinaba a besar las pálidas cumbres de las montañas, que se sentían solas, siempre tan quedas, siempre tan equilibradas. Porque, como sucede en otras ocasiones, lo que parece invencible por fuera, por dentro se derrumba. Aquella tarde, sin embargo, fue el horizonte el que se derrumbó sobre la tierra, y acarició las flexibles formas de las hojas, como tímido, mientras seguía besando a las montañas, y el verde escalaba por su piel, correspondiéndole, ascendiendo por la bella atmósfera de agua derramada.
Fue entonces cuando apareció la vida, siempre alegre, siempre efímera, e hizo cantar a los grillos, que eran fieles centinelas de sus noches, y cuya melodía solo podía compararse con la de los pájaros, que en ese momento hacían montar a las gotas sobre sus lomos, porque les daba pena que cayeran.
Aunque los pájaros, como suele suceder a los que se guían por la dirección del viento, se equivocan a menudo, y no sabían que el que ese precioso beso acabara, solo significaba que iba a volver a acontecer.
Porque las gotas, corren por los caminos, ayudadas por las verdes praderas inclinadas, y ríen y se revuelcan hasta que vuelven a caer al río del que provenían, momento en el que todas callan y se mueven al unísono, como sucede con nosotros cuando queremos ir a un lugar importante. El hombre no pudo seguirlas más tiempo, por desgracia, porque como ya sabéis, los ríos van a parar a la mar, y la mar es muy celosa, y nunca quiere que nadie vea cómo el cielo la vuelve a besar para recoger sus gotas, ni siquiera los piratas que mejor la conocen, aunque ésta ya sepa que su cielo es amante también de las montañas.
No se sabe aún quién es ese hombre que observó la vida estallar, porque lleva tanto tiempo sin morir que nadie lo recuerda.
JC

viernes, 31 de mayo de 2013

Divagaciones en una tarde gris.

Y quizás el calor pierda en pos del frío y deje una sensación de vacío junto a tu corazón. Pero no merece la pena dejarse llevar por la amargura del tiempo. El tiempo pasa, sin duda. Y a su paso hiere, es algo natural. Pero hemos demostrado que somos capaces de conseguir cualquier cosa por un sueño, o por un ideal.... O por amor.
Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones nos vence en una cruenta batalla el miedo. Porque aunque no lo admitamos tenemos miedo. Miedo a no triunfar y por ello ni siquiera lo intentamos. Miedo a lo desconocido, cuando realmente siempre es lo que conocemos lo que nos hace daño. Miedo al cambio. Miedo a la superación.... Lo peor de todo es que tenemos envidia de los que no tienen miedo, o de los que consiguen combatirlo: de los que luchan, de los que cambian, de los que se superan... Esta envidia nos vuelve crueles, les infravaloramos, hacemos lo imposible para que no consigan sus metas... Y muchas veces lo conseguimos...


Jack

miércoles, 29 de mayo de 2013

Vivir en la ignorancia.

Una gran sala vacía.
En ella habita la nada,
tan solo hay ignorancia.
Sala llena de mentiras.

Un hombre vivía feliz
allí, pues nada sabía,
ajeno él a todo matiz
de realidad impartida.



Jack.

sábado, 18 de mayo de 2013

Gota.


Son balazos del pasado envueltos en cianuro del presente lo que hoy siento atravesarme. El veneno del temor, la semilla, la mordedura del monstruo del que se esconden los niños. Y pierdes, vaya que si pierdes. Es como un lento paro cardíaco, como un último aliento imperecedero. Quieres morir y no puedes. No quieres matar y matas.

Cada disparo es una repulsiva náusea. Cada noche deseas que te asesinen mientras duermes. Pero no sucede, y cada día retrocedes, sin querer volverte y echar a correr, pero tampoco queriendo poner los brazos en cruz esperando a que un tanque te atropelle. Al principio la guerra era una motivación idílica, ahora es un enloquecedor descenso. Es el descenso de las gotas de sangre en la ropa, la lenta muerte de su viaje, el avance del cuerpo cada vez más menguante, que deja parte de su alma tras de sí. Sin poder volver atrás, sin querer seguir consumiéndose.

Es tan poco lo que nos queda, y tanto lo que nos pueden quitar si nos rendimos. Es tan pobre la rabia como razón de ser, la rabia que te levanta, la rabia que te viste y te lava todos los días, la rabia que te da de comer. Nuestra rabia es tan pequeña que cabría en la boca de su ambición.

Llega un punto en el que no puedes retroceder más. Es entonces cuando la gota llega al suelo y se pierde entre la arena que te obligan a morder, cuando la rabia que te alimentaba te hace morir de inanición. Es el fin último de tu paro cardíaco y de tu aliento, pero tú no lo sientes porque ya no existes.


JC

sábado, 4 de mayo de 2013

Acto de revolución.

Tentar a la suerte
pendiendo de un hilo.
Clamar a la muerte
haciendo caminos.

Dejar evidente
que tu eres distinto;
despertar a gentes
de sus ensimismos.

Salir a la calle,
llenarla de gritos.
Clamar libertades,
luchar eufemismos.



Jack.

sábado, 6 de abril de 2013

Ficticia.


Todo se me antoja terriblemente mundano, terriblemente insatisfactorio. Estoy atada a una cinta transportadora, y no paran de pasar escaparates de utensilios de cocina. No me interesa. Y mientras todos miran hacia delante, mis ojos descansan en ninguna parte.

No sé por qué estoy aquí. Pero no es la típica pregunta existencial, porque yo, a diferencia de la mayoría, conozco el lugar al que pertenezco. Y no es éste. Si pudiera atravesar la fría página de word en la que estoy escribiendo, tal vez me acercaría.

Sé que el rollo de ficticia ya os cansa. Pero es que yo voy de ficticia, no puedo evitarlo, desde el primer momento que recuerdo. Suena estúpido, y quizás lo sea, decir que lo que yo quiero es domar dragones, conjugar pócimas, derrotar hechiceros.

La gente normal pasa las noches estudiando, yo las paso esperando a Peter Pan.


Pero abrir la ventana para esperarle ya no me sirve. Ya no me sirve dedicar mi tiempo a las páginas, porque no tengo. Estoy aquí, encerrada irremediablemente, y puedo estarlo torturada o conformada. No me gusta ninguna de las dos opciones.

Quiero que todo se detenga en este mismo instante. Quiero paralizarlo todo, las estaciones, los cursos, las páginas de calendario. Este calendario no tendría ni que haber empezado, porque en el país de Nunca Jamás no pasan los años.

¿Sabéis qué me duele? Que no existen ni Harry, ni Jack, o Victoria o Bipa. No existen ni Luffy, Nami o Robin. No existen Hamlet, Bartimeo, Leola, Satine, Will el Botas o Wendy. No os engañéis, no existe Hogwarts ni la Isla Tortuga, ni el mundo de los etéreos, ni Idhún, ni Nunca Jamás, ni Grand Line. Tampoco existe la magia en Dinamarca ni nada huele a podrido allí. Y una prostituta de París nunca se enamoraría de ese dramaturgo fracasado, creedme.

¿Pero sabéis qué más? No, no lo sabéis. No sabéis, qué coño, ni agarrar una espada ni agitar una varita, ni nunca lo sabréis. Tampoco podéis volar, y lo más cerca que estaréis de dirigir un barco pirata en vuestra vida será dando pedales a un cisne de plástico húmedo. La mayoría de vosotros no sois capaces ni de mantener el amor un puñado de años, no os digo ya una vida entera.

Por ello, yo reniego de esto. Si vosotros no, os admiro. Cuánta capacidad para aceptar lo insustancial, o cuánta indiferencia. Con la primera os aplaudo y con la segunda, me echo a llorar.

Se lo dedico a Daniel Nieto Cuervo, porque sé que no está de acuerdo conmigo en este tema. Ni en ninguno. Pero siempre nos quedará o creerle a él o recurrir a las Ideas de Platón.

JC

domingo, 3 de marzo de 2013

Me acabará llevando el viento.


Siento el pecho vacío,
vacío y pesado,
ya que un ser de pesadilla
encima se halla clavado.
Siento las manos inertes,
inertes y heladas,
como grandes y torpes manojos
de blanca arena mojada.
Siento los ojos secos,
secos y pesados
los párpados que los dejan
en oscuridad ahogados.
Siento la mente dormida,
dormida y embotada,
como una marioneta,
arrodillada ante la espada.

Me acabará llevando el viento,
como se llevó mis fantasías,
mis sílfides y mis ninfas,
para ellas, no queda tiempo...
Me acabará llevando el viento,
como volaron aquellos personajes,
al final de la página
del libro abierto.

Me acabará llevando el viento,
como se pierden mis palabras,
mientras se yerguen con números,
edificios de cemento...
Me acabará llevando el viento,
como derribó las altas torres,
y los parajes imposibles
que quitaban el aliento.

Me acabará llevando el viento,
según estranguláis mi sueños
con cadenas, y con ellos,
mis ideales de cuento...
Me acabará llevando el viento,
y solo resistirá la realidad
de tan absurdos cálculos
como único fundamento.

Me acabará llevando el viento,
y será éste un mundo maniatado
al que infierno no llamo
porque en vuestro yermo sentir no arde
ya pasión o llama alguna...

JC

viernes, 1 de marzo de 2013

Tiempos duros para la poesía.

Son tiempos duros para la poesía.
Muchos son los que con recelo la miran.
Otros, la odian sin sentarse a sentirla,
apelan que es un sin sentido;
una vana pérdida de tiempo.
Cierran los ojos y no se dan cuenta
que en muchas se hallan sus sentimientos.
¡Qué desgracia! ya no hay cabida
a antiguos versos, pasadas líricas.



Jack

sábado, 16 de febrero de 2013

Segovia


Me puedes decir;
Que es pequeña,
Casi muerta,
Incluso
Vieja o anticuada.
Y quizás
Tengas razón.
                     Pero,
No me  puedes
negar su magia.




Jack

lunes, 4 de febrero de 2013

509 noches de frío.

A veces me pregunto, Guadalupe, si tú me echarás de menos.
Sin embargo, no es así. Tú eres pura esencia, nebulosa, allá flotante en tu perfecto mundo de las Ideas. Quién fuera Platón para alcanzarte.
Burlábamos el tiempo escribiéndote. ¿Qué son los segundos, los minutos, a tu lado? Tú y tu máquina del tiempo. Tú y tu puerta al escapismo. 
Yo sí te echo de menos, Guadalupe.
Las noches de frío que pasé escribiéndote, el número de miradas perdidas en que te fantaseaba. Tú me acogiste entre tus montañas nevadas, entre tus yermas llanuras, entre tus bosques incendiados. Qué joven soy para ser madre, qué tonta fuiste para ser yo. 
Todo eso se ha acabado.
Se acabaron las madrugadas frente al ordenador, los dedos congelados, el corazón a mil. Nuestra historia encajaba porque no existía, ¿o sí? Maldita distinción entre esencia y existencia. Malditas las ganas que tengo de volver a ti: las segundas partes nunca fueron buenas.
No, Guadalupe, yo nunca seré Unamuno. Nunca llegarás a conocerme, siempre fui yo la que te conocí a ti.

Y a pesar de todo, 509 páginas no fueron suficientes.

JC

lunes, 21 de enero de 2013

Último destino.



Un destino sin nombre

Cubierto de espinas;

Camino a la hecatombe.



‘‘Me guían mis pupilas

Que no ven ni el horizonte…

Quedó atrás toda una vida. ’’



-Busca, oh, peregrino,

Más aquí solo hay podredumbre.

Ni tierras prósperas, ni tesoros divinos.



-No busco eso, oh,  señor mío.

Mas en mi solo un hombre errante.

En mi ya no hay un guerrero valiente.



A mi tío F. A. E., por haber sido de los pocos capaces de luchar contra la muerte innumerables veces, y conseguir resistirse... Solo espero que ahora continúes tu camino y recorras todos esos lugares a los que un día quisiste viajar...

Jack

lunes, 14 de enero de 2013

.

''Hablemos de amor.'' me dices.
''¡Qué palabras tan crueles!:
Del amor no se habla,
se siente.
Del amor no se habla,
se vive.''



Jack

sábado, 12 de enero de 2013

Aniñada, hipócrita.

¿Qué haríais si la persona que todos los días os insta a no temer nada en este mundo finalmente os confesara que es la que más miedo tiene?

Tengo miedo. Siento el corazón pesado y las manos frías. Yo, la gemela de Hermione Granger, la que siempre os sermonea sobre cómo es la vida y cómo debéis vivirla. ¿Cómo voy a indicaros lo que debéis sentir si el peso de mis palabras hace que me tiemblen las piernas? ¿Cómo voy a cuidar de vosotros si ya no sé lo que tengo que hacer para cuidar de mí misma?

A penas puedo pronunciar el Carpe Diem que antes me identificaba, porque mi voluntad y mi voz se han fugado juntas. 

¿Qué clase de persona, aniñada, hipócrita, os habla sin escuchar sus propias palabras? No oigo lo que digo. En mi cabeza hay un millar de desafinadas campanas tañendo desordenadas. Esta persona, aniñada, hipócrita, se acurrucará hasta que cese su clamor...



JC