Y ella se ha vuelto a
quedar sola, ha vuelto a encender y a apagar su lamparita, ha vuelto
a reflejar una luz intermitente en sus cortinas. Como si eso pudiese
divertirle, como si pudiese jugar con Edison.
Se ha quedado retenida
en las gotas de agua y cloro que descienden por su espalda, en las
semillas que vuelan después de soplar un deseo. Se ha quedado
embelesada en ese beso de sol, en ese que empieza cuando se pone a la
altura de sus ojos y termina cuando acaban de caer todos los
crepúsculos. Ella se ha quedado colgando de las notas de los grillos
y se ha sepultado en un féretro de lluvia de tormenta. Ella se ha
quedado, esperando, otra vez...
A una luna que la recoja
de madrugada y la lleve directa hacia el invierno. Sola, en el arcén
de una carretera olvidada de asfalto aún humeante. Con una maleta
llena de secretos y de folios que aspiran a ser novelas.
Y no se da cuenta de que
ella no es la que espera, sino que la esperan a ella misma. Que no se
resigna a aceptar que acabe ese beso de sol y que, para salir de ese
féretro de lluvia, tiene que mojarse.
Así que sigue apagando
y encendiendo su lamparita, con el eco de su voz revoloteando aún en
sus oídos y el regazo dispuesto a recibirle, aun a sabiendas de que
va a llegar tarde, de que le faltan, todavía, tres estaciones...
JC