He visto la llave más
dorada del mundo.
Pende del revoloteo de una sombra entre el día y
la noche. Abre esa ventana cuyas cortinas velan encuentros. A veces
la miramos como el mechón de una mujer amada en el siglo diecinueve;
no podemos tenerla, pero la tenemos, como los hombres que no pueden
controlar el tiempo, y aman los relojes. Solo existe entre las siete
y las nueve, en otoño, así que bésala entonces o no la beses.
Termina esperas y abre confesiones. Siempre desaparece, y no puede
perdurar ni en el recuerdo. Porque no es nuestra, nosotros nunca
tendremos esa llave.
JC
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