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miércoles, 23 de noviembre de 2016

Quiero caminar a solas por el mundo.

Me muevo en el espectro límite de la luz,
en el iridiscente incierto
que perfila las curvas de la tierra;
no sé si estoy viva o muerta,
pero llevo agrietada una sonrisa
que esculpió la noche helada de Castilla.

He colmado mis ojos del verde
de las charcas traicioneras de Bécquer,
y he interrumpido los duelos de miradas
que se dirigían entre dos montañas
a través de la llanura, frente a frente,
por llevarles el velo crepuscular del alma.

En mi pecho fibrilan los relámpagos
como en el interior de una catedral
y cuando me sacudo en sueños el mismo
cielo se apaga para dejarme descansar;
                   ¿has visto tú la oscuridad total, has soportado
                 el cuerpo de la atmósfera tirado sobre el tuyo?

No siento ya la lluvia, el viento,
ni el paso del tiempo; mi amor es viudo siempre
y no existe tan larga la centuria de un árbol
como para poder llegarme a conquistar.
Pero las piedras me arrullan desde el suelo
llamándome a que vuelva a su lugar.

No sé quién soy ni quién he sido,
dejé mis recuerdos arropando a los pájaros
y la ropa para caminar cruda, desnuda,
por la sonrisa del mar, por los páramos
en los que se sucede, rocosa y dormida
la espalda de un gigante colosal.

No tengo miedo a nada, ya ni siento,
la risa es caricia, llorar no significa; ni lamento
si bailo con los pies en los incendios
y me miro en los charcos de recuerdos
con gracia de niña, con mueca de diosa
deseosa de rasgarse, romperse a la mitad.

Solo camino, espero, ansío,
a solas por el mundo, contemplando
a las estrellas distanciarse como viejos amigos,
cómo envejece el océano, el tiempo,
cómo destiñen los últimos crepúsculos,
cómo todo se acaba, cómo deseo que llegue su final,


                                  cómo muerdo la muerte, cómo duele soñar.

JC

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