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sábado, 11 de enero de 2014

En el mar de Madrid.


En Madrid hay un mar de oscuridad
que todavía nadie ha retratado sobre un lienzo;
sus olas rompen contra los altos edificios
y dejan el rastro de su espuma de carbono.
En Madrid se han apagado todos los faros
para que de los marineros nadie distinga
sus huellas en las aguas de cemento;
pero yo puedo ver brillar sus cigarrillos
y escuchar sus risas de película de miedo.
En el mar de Madrid, los barcos extraviados
recogen las velas y echan el ancla,
y en sus cubiertas se oye de madrugada
la música artificial de los dedos de una máquina,
y en susurros se confía la amistad como intercambio
de tarjetas entre hombres de negocios.
En el mar de Madrid todos somos camaradas,
y cantamos al unísono sonatas
sobre el tanga de las tías que lo enseñan
con los ojos empañados de lujuria
y en la boca un cargamento lleno de impertinencias.
Cuando los barcos arriban en Madrid,
se quitan lo que llevan y lo echan a las aguas,
y si enciendes una vela entre las manos
puedes ver olas de peste y ropa sucia,
y de pequeñas almas grises flotando descarriadas.
No, nadie se ha dado cuenta todavía
de que en Madrid hay un mar de oscuridad,
pero yo puedo verlo frente a mi balsa,
como una enorme mancha incestuosa,
como un charco de sus dueños abandonadas almas,
de vómito y de bolsas de basura.
En el mar de Madrid siempre es de noche,
y todos pasamos miedo si no nos liberamos
de nuestras pesadillas como los demás hacen.
Miedo a la soledad, miedo al fracaso,
esa es la peor tormenta que nos hunde,
y poco a poco abandonan nuestra nave
hacia luces de colillas y música de máquina,
hacia esas cubiertas en que antes
al llegar nadie quería formar parte.
A veces veo lumbres navegando ante mis ojos,
y me pregunto si serán balsas como la mía,
balsas perdidas, balsas a disgusto,
balsas con alma y cuerdas de instrumento
y pido auxilio en medio de esta noche
y pido por favor,
que alguien venga y la denuncie.

JC

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